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Ojalá que el loco sea yo

04/07/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Quizás sea una paranoia del que les escribe, pero creo que algo le pasa a nuestra democracia cuarentona cuando tras pasar por el obligado trámite de la campaña electoral y estar a día de hoy sufriendo los coletazos de las dos últimas jornadas domingueras, según una encuesta sólo un 7,5% de los votantes se arrepienten de la papeleta elegida para llenar la barriga de esas urnas donde unos introducen deseos y anhelos y otros extraen poder y el cumplimiento de sueños, eso sí propios. Curiosa transformación la que sucede dentro de esas cajas transparentes, ya que su contenido elige a los que en muchas ocasiones actúan luego de la manera más opaca posible.

Se me ocurren diversas explicaciones que se pueden aplicar para enumerar los factores que conduzcan al resultado de esta ecuación del 7,5% de arrepentidos, pero ninguna consigue satisfacer totalmente mi desazón por comprender cuales son los mecanismos para que recibamos la bofetada de este porcentaje tan irrisorio.

¿Hay tanto ‘hooligan’ político en nuestro país al que lo único que le importa es que el vecino de la acera ideológica de enfrente no pueda cantar victoria, aunque esto provoque que su voto sea utilizado por su supuesto líder para lo contrario de lo que vociferó durante la campaña electoral? ¿De verdad que sólo un 7,5% de las personas que votaron se han dado cuenta de que los trileros a los que dieron su voto están haciendo trampas? La única explicación que encuentro es que en España el 92,5% de los votantes sean reencarnaciones de Franklin Delano Roosevelt y han hecho suya su mítica frase cuando se refería al dictador nicaragüense Somoza. «Sí, es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta». Pues eso, quizás así piense la mayoría de los españolitos de bien sobre el dirigente al que le regalaron su voto «sí, es un trilero, pero es nuestro trilero». De ser esta teoría cierta, deberíamos hacérnoslo mirar e ir corriendo en búsqueda de un psicoanalista argentino o quizás mejor de un experto en lobotomía política, para que nos extirpe la porción de masa gris donde se esconden los impulsos que nos llevan a elegir un trozo de papel u otro ciertos domingos en los que supuestamente el populacho tiene la voz.

Mi único consuelo es que ese porcentaje sea mayor en realidad, pero que los encuestados no se atrevan o no quieran reconocer que erraron en su decisión. De ser así, me quedaría por un lado más tranquilo, pero por otro sería paradójico que mientras que no nos cansamos de exigir a nuestros dirigentes que reconozcan públicamente sus errores, luego cuando alguien nos pregunta sobre nuestro arrepentimiento nos falte valor para decir la verdad. Aunque pensándolo bien, esta teoría quizás sólo sea una pastilla de azúcar con un potente efecto placebo que pretende endulzar la amargura provocada por nuestras propias contradicciones.

Puede que esté padeciendo episodios de locura transitoria, pero yo juraría que he leído, visto y oído en los medios de comunicación cómo algunos están exigiendo a los otros, lo que sólo hace unos meses no quisieron hacer ellos, cómo defienden ahora lo que criticaban recientemente, cómo sólo se están preocupando en ocupar sillones cuando venían supuestamente a erradicar esa adicción al cuero de los sillones del poder, cómo su única preocupación es jugar a cambiar el nombre a las cosas para que suenen diferente aunque en esencia sean lo mismo, cómo unos niegan rotundamente que hayan llegado a ciertos pactos cuando luego se demuestra lo contrario, cómo se apela a la responsabilidad del otro cuando uno mismo ha sido de todo menos responsable, cómo se han autoproclamado los adalides de la regeneración política y a la hora de la verdad se han convertido en cómplices de tener más de lo mismo o como están perdiendo el tiempo jugando al ratón y al gato cuando lo que está en juego no es quién es más listo sino el presente y futuro de un país.

Perdónenme si el equivocado soy yo y quizás me esté pasando lo mismo que a Alonso Quijano y sus alucinaciones provocadas por la ingesta masiva de novelas caballerescas y esté viendo a trileros gigantes donde sólo hay molinos habitados por políticos coherentes y que anteponen el bien común a intereses partidistas y personales. Ojalá que el loco sea yo…
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