21/05/2020
 Actualizado a 21/05/2020
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Hace muchos años, una tarde de invierno, estábamos en el bar dejando pasar el tiempo. Empezamos a discutir sobre si Vegas tenía más vecinos que Villanueva y la cosa derivó en las tonterías habituales: que si éramos más ricos o más pobres que ellos, que si las mozas de Villanueva estaban mucho más buenas que las de Vegas (una verdad como un templo)... Había un señor mayor en la barra bebiendo un vaso de vino de la traída. Pasaba por ser un hombre ecuánime y circunspecto, así que le preguntamos que opinaba él. Con toda la parsimonia que tenía, contestó: «Villanueva queda mucho más abajo que Vegas». 1,5 km más abajo... Lo mismo ha debido de pensar una de las vicepresidentas del Gobierno, al poner una excusa sobre la diferencia de muertos entre España y Portugal. Así, sin anestesia, respondió que Portugal quedaba más al oeste... Uno, a veces, piensa que nos están gobernando unos irresponsables que no aprobaron la EGB. Otras lindezas que han salido de sus entrañas, y que corroboran mi intuición, son, por ejemplo, decir que los obreros del campo son tratados peor que a los esclavos de las plantaciones de algodón de Carolina del Norte, pongo por caso. O que el turismo solo crea empleo temporal y malo. O que se pueden hacer rebajas por Internet, pero no en las tiendas. O que hay que desterrar el dinero físico y utilizar solamente el plástico para pagar. Ya veo yo a mi madre pagando al panadero, al frutero o al pescadero que vienen a Vegas con la tarjeta de crédito... No digo nada de lo del empleo del campo. A principio de la pandemia, el presidente de Francia hizo un llamamiento para que se apuntasen ciento cincuenta mil jóvenes para recoger las cosechas de temporada. A los dos días, se habían apuntado doscientos mil. En España, por el contrario, muchas cosechas se quedarán en los árboles porque, como dijo en la tele una monitora de pilates, reconvertida por la crisis, que fue a recoger espárragos a Guadalajara, «el trabajo en el campo es inhumano y muy duro. Todo el día agachada, dándote el sol y el aire...». Y en lo del turismo, querido ministro, no hay tu tía. Este, para nuestra desgracia, es un país de camareros, mayormente porque los europeos, la Unión Europea, siempre pretendió que España fuese la California de Europa, pero sin el cine y sin el Silicon Valley. Para la industria (que es lo que deja empleo estable) están los países del norte.¿Por qué en Portugal, en Alemania o en Grecia ha muerto mucha menos gente que aquí y por qué les afectará menos la recesión brutal que nos espera a nosotros? Uno cabila, en su corto entender, que es porque sus gobiernos han dejado a un lado la ideología y se han dedicado a gobernar. Esta es una crisis sanitaria y no política. Nuestro gobierno ha actuado tarde y mal; y, sobre todo, han metido la ideología para buscar la solución. Además, ¿cómo coños les vamos ha obedecer si cambian de opinión cada cinco minutos? Que si mascarillas sí, que si mascarillas no, que si test sí, que si test no... Un desbarajuste, lo mires como lo mires. Presumen de haber aplicado el confinamiento más duro de Europa. ¿Para qué ha servido? Tenemos el ratio de muertes por habitante más grande, más terrible, de todas las naciones de la Unión. ¿Por qué?

A muchos de mis lectores y amigos, les hago una aclaración: «los otros» lo harían igual de mal; no hay que buscar muy lejos. En nuestra comunidad, que uno sepa, gobiernan «los otros», y no solamente es una dónde más muertos ha habido, sino que su gobierno aplica los criterios de desescalada más duros de toda España. Tenemos, a simple vista, sin indagar más, unos gobiernos de chiste de Gila. Nos gobiernan unos ineptos, unos incapaces, unos estúpidos.

Chesterton, un escritor inglés del siglo pasado, es para mí un autor de culto. Hoy está pasado de moda y es un error. Escribió mucho y bien, a lo largo de su vida. ‘El hombre que fue Jueves’ es una de las mejores novelas que leí en mi vida. Cuenta la historia de un joven que entra, sin querer, en una sección especial de la policía que busca anarquistas. Cierto día, en un bar, conoce a otro joven que presumía de su condición de ácrata. Lo lleva a una reunión clandestina donde se iba a elegir a un miembro de la cúpula de la organización. El joven tenía claro que él sería el elegido. Pero no fue así. En la reunión, eligieron al primero. Cada uno de sus miembros tenía como nombre un día de la semana. A él lo llamaron Jueves. El Domingo, el líder, les explicó cuales iban a ser sus funciones y les advirtió que quién abandonase o se chivase, sería ajusticiado. Al salir, todos fueron a un bar y, entre jarras de cerveza, hablaron. Al cabo de un rato, se dieron cuenta de que todos eran policías que intentaban desmantelar la organización. Todos menos Domingo, que les había escogido a ellos sabiendo lo que eran y que serían incapaces de hacerlo. Así, más o menos, cree uno que funcionan las comisiones de técnicos que dicen quién pasa y quién no a la siguiente fase de la desescalada: obedeciendo la voz de su amo.
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