04/10/2019
 Actualizado a 04/10/2019
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Me siento muy identificado con lo que dices porque hablas con el corazón, pero eres muy dialéctica», le espeta el cineasta Oliver Laxe –recién premiado en el festival de San Sebastián– a María Sánchez. María, poeta, escritora y veterinaria rural –no hay orden ni desorden en esta enumeración–, contaba cómo parte de su familia había tenido que emigrar desde una aldea de Córdoba a la periferia de Barcelona. Cómo habían abandonado sus pueblos para poder sobrevivir. Oliver, que estrena la próxima semana ‘O que arde’, la historia de un pirómano y de su madre rodada en la aldea de sus abuelos en los Ancares lucenses, afirma que el campo nos aleja del histerismo de la vida moderna. Dos puntos de vista para hablar de lo mismo: lo rural en el cine y la literatura, que es para lo que estamos aquí reunidos Oliver, María, y las escritoras Elvira Valgañón, Mercedes Fraile y yo. Una mesa para hablar de un tema que nos concierne como creadores y como seres humanos: la pervivencia del campo.

Una mesa en el entorno –exuberante, verde, lechos de helechos, y selvas de madreselva– de Santiago, en una antigua fábrica de curtidos de 1885 transformada en un centro de enseñanza profesional de la construcción. Es la sede del Ficrural: una feria con festival de cine rural, encuentro literario, jornadas sobre iniciativas rurales. Y juegos rurales: la rana, los zancos, el cuerno. Charlo con una pareja de artesanos que se ha dedicado a recopilar los juguetes de su infancia en cuadernos deliciosos que explican cómo elaborar muñecas con hojas de mazorcas y sombreros, con hojas de castiñeiro. Y de cierre, un concierto de la célebre banda de folk-rock de los 80 Inmaculate Fools. «Yo vivía en una granja en Gales, pero un día me harté del frío y decidí que me venía a Galicia que es como Gales, pero con mejor temperatura. Ahora tengo mis cabras, mi burro, soy feliz», me confiesa su líder, Kevin Weatherill.

La suya, una de tantas historias de amor por el campo. Escucho muchas otras: el documentalista que se va a ayudar a sus abuelos con la vendimia; la escritora que monta una granja de cabras. No son neo-rurales, esa repelente expresión, son gente de aldea que ha tenido que emigrar a la ciudad y ahora se plantea la vuelta. Todo esto sucede en Santiago, con lluvia y sol, envueltos en el aroma de los castaños... quiero decir, todo esto de juntarse, desde labradores hasta creadores, como una manera de reflexionar sobre la España rural, que no vacía.
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