O nos falta el pan o el hambre

16/01/2020
 Actualizado a 16/01/2020
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Os aseguro que son muchos los pueblos de nuestra montaña en los que los chavales teníamos problemas para encontrar una pradera que no estuviera en cuesta para jugar al balón, lo que ahora llaman pomposamente fútbol.

(Nota: Tampoco era tan malo que estuvieran en cuesta o que hubiera un poste de la luz en medio, cuando jugábamos contra el pueblo de al lado conocíamos mucho mejor la cuesta y esquivábamos mejor los obstáculos).

Vuelvo al ‘suco’. Si había en todo el pueblo un llano en el que jugar seguramente estaba en los alrededores de la iglesia, en el atrio o la parte posterior, pero eran lugares prohibidos para enormes grupos (¡qué tiempos!) de guajes sin escuadrar. Una parte, la más grande, la ocupaba el cementerio, y en la otra se sumaban los argumentos para la prohibición de los juegos, y más el del balón: es un lugar para el silencio, los cristales de la iglesia no son unos cristales cualquiera, nunca faltaba algún vecino al que le molestaba la falta de respeto... imposible. Pues a la cuesta.

Se han relajado los tiempos, ya no hay cura en el pueblo, vecinos pocos y más que protestar por el ruido protestan por el silencio, lo que hizo posible ‘plantar’ la portería de fútbol.

Pero ahora resulta que no hay niños para jugar. Ya lo decía la vieja maldición: «Cuando no nos falta el pan, nos viene a faltar el hambre».
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