Nunca es lo mismo

19/07/2022
 Actualizado a 19/07/2022
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Nunca es lo mismo y parece que siempre es igual. Volvemos a escuchar la historia de alguien a quien no se le permitió amortizar la vida por el capricho de una guerra. Dositeo era gallego, de Cervantes, frontera con Fuente de Oliva, ese pueblo que hoy clama ser sede de la Estación Espacial, y en el 36 fue sacado de su casa y arrastrado a un destino que otro decidió solo por empuñar un arma. José era de Villafranca y, también en el 36 se lo llevaron para que cavara su tumba, como tantos otros hicieron, para después, lanzarlo al encuentro de la tierra como si fuera una hoja marchita que se rinde a la gravedad impuesta. Ambos se encontraron en los extramuros del cementerio de Fuentesnuevas. Y ahí se borra el resto. Solo queda un suelo expedito sobre el que el campo santo no quiso crecer. Y, 86 años después, aquel episodio que alguien no olvidó, comienza a releerse.Sus vidas valían menos que la munición que les iba a sentenciar. En tiempos bélicos, matar no es delito, y hacerlo con indignidad suma puntos del lado de los asesinos. Siempre es igual, nunca es lo mismo, porque ver los huesos deshacerse del polvo en el que compartieron podredumbre sin quejarse hace que se encoja el corazón y se reprima el llanto con un dolor en ráfaga que a veces tiene que salir. Son huesos que representan mucho más que una represalia, por eso da vergüenza que sigan en un suelo anónimo, a oscuras, marcando el paso de una sociedad a la que le falta el tiempo para lo delicado. Nunca es lo mismo. Miro el fémur encogido, ladeado, como si estuviera emulando la forma de un lecho de tierra seca y veo a una familia destrozada en los porqués. Esas costillas que superan el nivel del estrato están gritando, «estoy aquí, esto es lo que hicieron de mí, esto es lo que hicieron de vosotros». Y me siento José o Dositeo, porque cualquiera de los dos está en esa figura de huesos silueteada un metro por debajo de la capa inferior de extramuros. No se merecían compartir parcela eterna con los «buenos», pensó la boca del bando opuesto. Dios no juega al rojo. Y sementaron odio añejo. Siempre es igual. Una brecha que sepulta los valores a la que hay que mirar de frente, aunque avergüence pensar que somos los que vienen de ella. El musgo de las fosas reverdece por ella, buscando perdones.
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