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Nunc est bibendum

21/01/2018
 Actualizado a 18/09/2019
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El futuro ya está aquí y tenía razón aquel replicante de Blade Runner: estamos viendo cosas que no creeríais. Muchos jamás imaginamos que llegaría el día en que alguna ciudad pudiera vanagloriarse por tener más bares por habitante que ninguna otra. León sí. León ensalza tal hazaña en el vídeo promocional de la capitalidad gastronómica. Con un par (de copas). «¿A quién no sorprende y maravilla/ esta máquina insigne, esta riqueza?», por citar otro clásico.

Este año que apenas arrancó nos augura hartazgos de ditirambos cárnicos, y, tal vez, alguno piscícola. A la inefable expresión «desafío soberanista» le sucederá, bien que localmente, la no menos admirable «buen yantar» y todas sus variantes, castizas, casposas y mediopensionistas. Lo pícnico se impone como forma de pensamiento y como forma de panzamiento.

Con el ánimo puesto en superar a Huelva o a Burgos –asequible intención pues antes pocos oyeron hablar de tan nutritivas plazas– nuestro ordoñudo ayuntamiento saca tripa a la mínima oportunidad aludiendo a la gran unanimidad y aplauso social y hasta ciudadano que la rolliza efeméride ha despertado en el otrora lánguido y escéptico leonés, churro o merino. A algunos las unanimidades no solo nos amedrentan, sino que nos dan que temer: «Y el que dijere lo contrario, miente», sigue aquel.

Todo esto de la capitalidad culinaria suena conocido y cocido. Suena a la capitalidad de la literatura infantil, con aquel despliegue de carpas, citas ineludibles y eventos esfumados como humo de papel de periódico. Suena a la ciudad literaria, al milenarismo romano o medievalizante, a la coña parlamentaria o a la farsa copona… a una ciudad instalada en un quiero y no puedo por inventarse ceremonias y acontecimientos cada año, a ver si uno cuela, que no es el caso. Suena e indigesta bastante. Porque la procesión de Gargantúa ha comenzado con su abundamiento de trajeadas comitivas y sonrisillas acecinadas paradas donde hubiere cámara con flash, sus arengas a dos carrillos, sus folletos de mucha guarnición y colorante, sus quiosquetes y burladeros de sobremesa y su pizpireta mascotilla grotesca (ese canuto de papel higiénico con cucharón…).

Y acabo por barruntar (los de poco comer somos de recelar) que el fiesteo tragaldabas acabará por aprovechar a los de siempre. Esos que tienen ronda cara y a la hora de pagar van al lavabo. Dicen que decía Rabelais, que de pantagrueles sabía algo: «deudas y mentiras andan, de ordinario, barajadas juntas». Y en este motor inmóvil de España que es Región (sea en homenaje no tanto a Benet como a don Tomás Hoyas), a León, ciudad empeñada donde las haya, le ha tocado ser capital de mentirijillas, solo de las cosas de comer, con las que por supuesto que se juega. Casi no ha empezado el festín y ya da pesadez de estómago. Se anhela esa siesta del final, estrambote en que, incontinente, «fuese y no hubo nada».
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