05/05/2019
 Actualizado a 17/09/2019
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Tras muchos años ocupando grandes despachos, pisando moqueta y calentando los sillones gubernamentales de diferentes Administraciones públicas, es frecuente que los partidos políticos dejen de serlo y se conviertan en meras estructuras de poder. Como tales, han perdido ya sus referencias ideológicas, el contacto con sus bases, la ilusión y la capacidad de convencer. Sus viejas glorias están carbonizadas, y su relevo generacional sencillamente no existe. Su mejor capital humano son puros burócratas más o menos preparados, el peor, los advenedizos y ganapanes que siempre pululan alrededor de quien manda. Manejan enormes listas de contactos y favores debidos, sí, pero les quedan pocos amigos y muchas cuentas que pagar, habitualmente algunas con la Justicia, porque si en algo tienen razón los liberales es en que el poder siempre corrompe. Cuando lo pierden, a este tipo de estructuras les cuesta muchísimo reubicarse, y generalmente se ven condenadas a largos años de irrelevancia, porque su pesada maquinaria ya sólo funciona si hay poder que gestionar. Varios partidos fuera de nuestras fronteras se han encontrado en esta deriva, pero en España lo vimos con el PSOE en 1997, y presumo que lo veremos con el PP tras la debacle del pasado domingo. El primer síntoma de ello es la reacción de los peperos de a pie ante la reciente catástrofe. Incapaces de asumir que el mapa político ha cambiado, se dedican a abroncar a quienes no les hemos comprado el pobre y ya único argumento del voto útil y el mal menor. Si un partido que recibió 11 millones de votos pierde 6, parecería que lo inteligente es reflexionar sobre qué habrá hecho tan rematadamente mal, en lugar de culpar a los que ya no le votamos. Los 11 millones de votos de la derecha y del centro derecha siguen ahí, pero se encuentran hoy repartidos en tres partidos políticos, esta es la plaza en la que el nuevo PP tendrá que torear a partir de ahora, y sin más pases que el del voto útil y el de soltar impertinencias contra los partidos de su mismo bloque está condenado a volver a salir de ella entre almohadillazos. Por el contrario, el PP ocupa una posición ideal para que, partiendo de una imprescindible y profunda autocrítica, pueda cumplir la función de bisagra entre el centro derecha reformista de Ciudadanos y el sector conservador que ha llegado al Congreso para quedarse, porque ambos polos están condenados a entenderse ante una crisis constitucional que parece inevitable e inminente. Su otra opción, en este momento perfectamente viable, es desaparecer. Ellos mismos.
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