27/07/2021
 Actualizado a 27/07/2021
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Hace veinte años que un grupo de talibanes decidió destruir unas grandes obras artísticas, patrimonio de la humanidad, conocidas como los Budas de Bamiyán, que tenían más de mil quinientos años de antigüedad. Desgraciadamente tenemos muchísimos más ejemplos de este tipo de actuaciones de gente mala o ignorante o las dos cosas a la vez. Basta con contemplar en España, o simplemente en diócesis como la de Astorga, infinidad de ruinas de monasterios que destacaron por su esplendor artístico y por su contribución a favor no solo de la espiritualidad, sino de la cultura: Carracedo, Montes de Valdueza, Cabeza de Alba, Moreruela, San Román del Valle, San Martín de Castañeda, San Esteban de Nogales… y muchos más. Sin duda políticos como Mendizábal, con su tristemente famosa desamortización, bien merecen que les llamemos talibanes, al igual que a los que más recientemente promovieron la quema de iglesias y conventos.

No menos talibanes son los que ahora sueñan con destruir la Cruz del Valle de los Caídos que, independientemente de su significado, es una obra arquitectónica excepcional. Pongámonos en el peor de los casos, como si alguien promoviera la destrucción de las Pirámides de Egipto por el hecho de haber sido construidas a base de esclavitud o para servicio de grandes tiranos como los faraones. ¿Justificaría eso su demolición? Ciertamente no.

Pero, además del patrimonio material, hay un patrimonio inmaterial, no menos importante, que algunos también pretenden destruir. Hace un par de días la podemita Ministra de Derechos Sociales manifestaba su deseo de que, de una vez por todas, se rompan los acuerdos de la Iglesia Católica y el Estado Español. Resulta cómico y ridículo que quienes abogan por el diálogo con terroristas o independentistas que odian a España aboguen por romper las relaciones con una de las instituciones que más han hecho y están haciendo por los más necesitados y por la promoción del arte y la cultura. Que se sepa las personas más necesitadas no llaman nunca a las puertas de su ministerio ni a las sedes de su partido, ni de otros partidos, pero sí a las puertas de las casas parroquiales o a las oficinas de Caritas y de otras dependencias de la Iglesia.

Deseamos, pues, que el Partido Socialista sea un poco más inteligente y sensato que sus sectarios socios de gobierno, como la mencionada ministra. Y, ya de paso, manifestamos nuestro deseo de que la nueva Ministra de Educación sea un poco más dialogante e inteligente que su lamentable predecesora.
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