Nuestros políticos siguen sin hacer los deberes

César Pastor Diez
27/11/2018
 Actualizado a 17/09/2019
Parece no haber solución. Tenemos políticos de derechas, de izquierdas, de centro y de los extremos. Pero como si no tuviéramos ninguno. En uno de mis anteriores artículos en estas páginas de ‘La Nueva Crónica’, titulado precisamente ‘Lo que no hacen nuestros políticos’, me lamentaba de que pasadas ya cuatro décadas desde que fue cerrado el sepulcro de Francisco Franco con siete llaves de plata (como exigía Joaquín Costa en otro horizonte histórico para la tumba del Cid), no tuviésemos aún unos símbolos nacionales aceptables por todos. En este sentido vivimos todavía de la herencia política dejada por Fernando VII, la época en que España conoció más intrigas, pronunciamientos, sublevaciones, motines, ejecuciones sumarias, invasiones extranjeras e inicios de las guerras carlistas. Todo lo cual sería aprovechado por los países de América latina para sacudirse el yugo del colonialismo español y proclamar su independencia. De ahí arranca precisamente el germen de todos los males patrios que todavía arrastramos.

En estos últimos tiempos, viendo por televisión las competiciones internacionales de fútbol, hemos sentido de nuevo la vergüenza y el cabreo de comprobar que todas las selecciones –todas– excepto la española cantan en el terreno de juego su himno respectivo, coreado con entusiasmo desde los graderíos por sus masas de aficionados en los prolegómenos de cada partido. Hasta los descendientes de los hotentotes y bosquimanos, de los aztecas, mayas, chorreras, incas, guaraníes, gauchos, y otros pueblos precolombinos, cantan allí el himno de su nación actual, pero no así los representantes de España, el país que se jacta de haber dejado su huella civilizadora, su idioma y su cultura por todos los confines del mundo. Y nuestros políticos de ahora y de siempre siguen sin enterarse. En este sentido no tienen nada que echarse en cara ni los de derechas ni los de izquierdas.

En las últimas décadas hemos visto en diversas partes del mundo hundirse regímenes totalitarios que han sido sustituidos por gobiernos democráticos y que lo primero que han hecho ha sido instituir unos símbolos nacionales. Por ejemplo, la antigua Yugoslavia se desmembró en varios Estados distintos, pero cada uno de esos Estados tiene ya su bandera, su escudo y su himno. En la antigua Unión Soviética ocurrió lo contrario: del gran mosaico de naciones que conformaban la URSS quedó en solitario la madre Rusia, pero ésta se dio prisa en adoptar nuevos símbolos: se cambió la bandera, y del antiguo himno de la URSS se conservó la música aunque se modificó la letra y es ahora un himno dulce, poético y patriótico.

Conseguir un acuerdo en este tema sería un ejemplo de Parlamento civilizado de cara a todos los ciudadanos, al contrario de lo que se ve y se escucha a veces en los escaños del Congreso, cuando unas personas que ostentan la dignidad de señorías y padres de la patria se enzarzan en discusiones bizantinas con epítetos e insultos impropios de su rango. Antes de dedicarse a la política deberían someterse a una catarsis de cortesía diplomática para no enseñar lamentablemente el plumero cada vez que abren la boca.

Ya se comprende que son ellos, los políticos, y no los exprimidos trabajadores del esforzarse en consensuar unos símbolos asumibles por todos. Esto es lo primero que deberían hacer y no hacen nuestros políticos, obsesionados únicamente en investigar los pecadillos que puedan haber en los documentos académicos de la oposición, cuando lo que les convendría es un máster en urbanidad para el ejercicio de su alta función parlamentaria.

Cambiad, si así lo deseáis, los colores de nuestra enseña nacional, los escudos heráldicos y la letra y la música de nuestros himnos, de manera que concuerden en uno solo para todos los que llevamos en la cartera el DNI de ciudadanos españoles. Y el resultado final de vuestro debate sometedlo a un referéndum del pueblo, y cuando se haya aceptado por los españoles llevadlo a las escuelas para que los niños de España, como los de todo el mundo, aprendan a cantar su himno y a respetar sus símbolos, en lugar de utilizar la chiquillería para hacer políticas tribales.

Tomemos como ejemplo Alemania, un país que jamás había conocido la democracia hasta que sus aliados vencedores de la Segunda Guerra Mundial le impusieron un régimen democrático al que todos los ciudadanos se sometieron, respetaron y transformaron Alemania de ser un país arrasado y derrotado a ser el motor más potente de la nueva Europa. Y Alemania se apresuró a establecer símbolos para su nueva trayectoria histórica.

Y un consejo: reflotad a la luz pública la descomunal economía sumergida que arruina nuestro país, y la contabilidad de España cambiará favorablemente de signo. Haced todo eso, y dejad los insultos para la hora del chateo en la taberna.
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