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Nuestros niños y los otros

21/09/2018
 Actualizado a 09/09/2019
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A la plantilla joven de las casas españolas desde hace poco le queda menos espacio para los amigos, las fiestas o el relax. Hoy he salido a dar una vuelta tempranera, infrecuente en mí últimamente, en este lugar que no es la punta del mundo, la cual pone ante mi vista jóvenes y más jóvenes en dirección al instituto, centro similar o la universidad, sin olvidar a los más peques que cogidos por las manos paternas a imitación de las muchachitas reales, contentos, alegres unos, otros con el llanto rozando las estrellas acuden a las guarderías.

Centrada en tales imágenes andantes pego un brinco mental y aterrizo en países tercermundistas, deteniéndome tan sólo en los menores de este grupo poblacional donde los días enteros, con sus abundantes ojos carbones, se llaman Ida, Caleb, Virgillo, Ahmed, Adagra, Nayanka, Lafon, Abegue, Aba, Aylan, por ejemplo, y cuyos padres, creo no equivocarme, aunque algunos hayan nacido el mismo día que la actriz filántropa, defensora de los derechos femeninos, nacida en Los Ángeles, Angelina Jolie, el joven actor neoyorkino Timothée Chalamet o el enorme Rafa Nadal, si menciono que muchos no han tenido un kit escolar en su vida ni han acudido a la escuela nunca por escasas, lejanas o inexistentes, cuando no por tener que trabajar para ayudar a la familia, pues se trataba de comer o no. También debido a los desastres naturales, las guerras, conflictos menores o la corrupción destructiva de los gobernantes, dictadores en su mayoría, tal acontece con Teodoro Obiang Nguema en Guinea Ecuatorial o Bashar al-Asad en Siria, la derruida Siria que esta berciana que soy yo conoció con ilusión poco antes de caer las bombas sobre ella, algo que tras siete años parece no acabar nunca. Escalofriantes cifras de muertos, heridos, refugiados, mayores junto con niños, muchos, muchos.

Países más hay donde también el asunto escolar infantil constituye una pobreza o ausencia. A la cabeza se me vienen Guatemala, Burundi, Afganistán, India. En ellos como en tantos otros el derecho a una educación elemental de calidad, gratuita, en un espacio digno no se cumple.

Penosa, preocupante la situación descrita es. Como asimismo que en tales lugares mundiales la sanidad no funciona. En tanto aquí, igual que la enseñanza es envidiable. No debemos quejarnos. Nuestros niños, puesto que de niños hablamos, no conocen, o si las conocen se curan, enfermedades como la desnutrición aguda grave u otras respiratorias, diarreicas o sencillas. No hay médicos, ni hospitales, ni medicamentos. Faltan recursos financieros. Está claro. No obstante no lo está tanto, en muchos momentos, las causas.

Hace poco he regresado a casa. La calle ha depositado un poso elevado de preocupación en mis labios. Hace mucho que no entro ni salgo en clase. Por lo tanto, mucho más que mis padres no me aguardan en ella. Sí visito al médico. Me atiende, me extiende unas recetas ilegibles. En una ocasión me han hospitalizado, más de veinte veces me han practicado radioterapia.

La educación y la sanidad funcionan en España requetebién. He tenido suerte, me insiste el médico. Resulta innecesario agregar que lo creo.
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