20/06/2019
 Actualizado a 18/09/2019
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Hace cuarenta años, los ecologistas alemanes, franceses, ingleses, americanos y españoles, (cuatro gatos), se partían la cara con los antidisturbios de la madera a cuenta de las centrales nucleares. Incluso aquí, en León, se celebró la mayor manifestación hasta la fecha jamás convocada, el 6 de junio de 1975, cinco meses antes de diñarla Franco, para protestar contra la construcción de una central nuclear en Valencia de don Juan. En ella, resultaron heridos el alcalde de Coyanza y varios números de la policía armada, según recogieron los periódicos de la época. Había que tenerlos cuadrados y gordos para protestar contra una obra auspiciada por el gobierno del general y los coyantinos y muchos leoneses los tuvieron. La central (espero que por la protesta popular, aunque lo dudo) no se hizo. Como tampoco se hizo la de Lemoniz, al lado de Bermeo, en Vizcaya. La paralización de esta central es algo que se debe poner en el haber (si esto es posible) de ETA, que luchó contra ella por todos los medios, llegando a matar al director de la obra.

El tiempo nos ha hecho cambiar. Sin negar el peligro de las centrales (y aquí contamos los muertos y la contaminación de Harrisburg, Chernóvyl o Fukushima) hemos comprendido que la cuestión ecológica camina por otros derroteros mucho más cercanos a nuestra vida cotidiana. Los miles de coches que circulan por las carreteras sin ton ni son, los plásticos que invaden los campos, los ríos o los mares, los cientos de incendios provocados que devastan nuestros montes, el uso incontrolado de los sulfatos y los abonos inorgánicos en nuestros campos o el cambio de los cultivos ancestrales por otros más productivos pero ajenos, hacen que, por ejemplo, este año casi no hayan venido golondrinas al inicio de la primavera, que los pardales casi hayan desaparecido, que, en fin, otros muchos pájaros que nos alegraban la vida hasta que se piraban en invierno a África, escaseen de forma alarmante. Y es, ¡claro!, la pescadilla que se muerde la cola: si no hay pájaros o son pocos, las moscas y los mosquitos abundan tanto que llegarán a convertirse en un problema de salud pública. En nuestros pueblos y ciudades, las únicas aves que son ajenas a esta mengua, son las palomas y las cigüeñas, que Dios confunda. No he escuchado a un solo ecologista ni una palabra en contra de esta proliferación. Las palomas, ya se sabe, son ratas con alas y las cigüeñas son depredadoras de todo animal pequeño que encuentren en su camino. Está bien que se jalen a las lagartijas y a las ranas, pero es que también atacan los nidos de las codornices hasta hacerlas desaparecer. Si a esto sumamos que casi no se siembran cereales (sobre todo en los regadíos), sustituyéndolos por el maíz, resulta que, además del peligro de los depredadores alados, se quedan sin comida y no tardarán en ser un buen recuerdo en la memoria de los cazadores y de los aldeanos de nuestra provincia.

Y aún hay más. En León, los contenedores amarillos abundan como las setas en otoño. Pero en los pueblos, simplemente, no hay. Que uno sepa, en los pueblos también se usan los cartones de la leche, las bolsas de las grades superficies y otros muchos derivados del plástico. Y se tiran en el mismo contenedor que los residuos orgánicos: en el verde. ¿Tanto cuesta poner contenedores amarillos? Es una pregunta objetiva, sin mala intención. Supongo que no, pero es lo que da el campo. Encima, tengo que escuchar, (y es la segunda vez que lo hago en un año), que da lo mismo, que toda la basura se tira en un único montón y que es allí dónde se separa. Que esta afirmación la haga un representante del órgano de gobierno de un municipio, es como para ponerse a mear y no echar gota. ¡Joder!, si es así, que no nos cobren el impuesto de basuras, agua y alcantarillado y se acabó el conflicto. Y en el colmo del sin sentido, esas grandes superficies, en las que todos compramos, te cobran entre cinco y diez céntimos por una bolsa..., de plástico. Solamente una de ellas, la mayor, te vende, a 10 céntimos, una de papel. El resto, de plástico. Lo malo es que esa bolsa de papel no es grande y resiste poco peso, con lo que estamos como al principio.

Todas las generaciones tenemos una sola obligación: dejar a nuestros hijos un mundo mejor que el que encontramos. No lo vamos a conseguir. Además de dejarles sin pensiones, obligarlos a suscribir un seguro médico privado, a hacerles vivir en una casa de risa y carísima, les vamos a dejar el planeta hecho unos zorros, lleno de basura por todos los sitios y casi sin animales. Una pasada.

Salud y anarquía.
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