Nostalgia con sabor a barquillo

01/11/2022
 Actualizado a 01/11/2022
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A la espalda llevaba la barquillera roja Pepe cuando empezaba a escuchar el bullicio del que el eco se responsabilizaba en un parque del Plantío que no necesitaba encuestas para saber que el 75 había sido un año demográficamente prolijo. El no parar de críos parecía destapar una sonrisa en el rostro duro del gallego que tenía callo de hornear un dulce que le daría apellido para siempre. José Cortés tenía la inquietud del buscavidas y apareció en un Bierzo que en los años 40 se iba haciendo grande de la mano de su particular oro negro. Él quiso crecer abrazado a ese carbón que hacía montaña en Ponferrada y a sus tres hijos, que daban sentido a un oficio que tuvo que salir a aprender fuera de la patria. Y se trajo un juego con barquillos metidos en ese cilindro de sueños que una ruleta sentenciaba. Ese sonido… triiiiiiii y la caja se abría para sacar uno de ellos. Un triángulo, una oblea redonda, un purito de galleta. La verdad es que desconozco el cifrado que tenían las delicias, pero siempre tocaba. Eso hacía que la apuesta no tuviera más misterio que el de ganar sí o sí. Y José sonreía al ver sonreír, tan dulce como esos barquillos que lo tenían entre el fuego encendido de la cocina y la calle cada día. Si algo encaja en el relato de infancia de los párvulos ponferradinos de los 60 y 70 es la parada frente a Pepe El Barquillero, la misma que hacen ahora para saludar a su réplica en bronce, 25 años después de que se tuviera que marchar. Era tal su estela en la infancia, que nadie puso nombre a la escultura que le rinde homenaje. ¿Para qué? Es Pepe, el hombre tranquilo que olía a dulce. Ahora, una placa corrige ese anonimato justificado para que los foráneos compartan la devoción por el que hizo oficio de las sonrisas de los niños. José ‘Pepe’ Cortés, ‘El Barquillero’, 1914-1997, pone. Y le falta un «con nostalgia y agradecimiento, de la ciudad a la que hiciste sentir».
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