20/12/2022
 Actualizado a 20/12/2022
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Hace algunos años en un instituto no muy lejano se convocó un concurso de postales de Navidad para los alumnos y se les puso como condición que no se hiciera ninguna referencia al tema religioso. Por lo tanto no se podría hablar del Niño Jesús ni de su nacimiento en Belén ni, por supuesto de la Virgen María o de San José. Mejor que ningún otro adjetivo el más oportuno que podríamos dedicar a este certamen es el de ridículo. Y ridícula es la Navidad tal como se está enfocando actualmente en nuestra sociedad. Así en muchas de nuestras ciudades y pueblos se ponen por todas partes luces que anuncian la Navidad pero sin ninguna referencia a lo que se trata de recordar y celebrar estos días: el nacimiento de Jesús. En las paredes de las casas cuelgan luces o trepan muñecos de Papá Noel, pero apenas se ven otro tipo de signos que recuerden el nacimiento de Jesús, si bien de vez en cuando vemos algún que otro colgante con la imagen del Niño, puesta por familias que aun toman en serio la auténtica Navidad.

Para los cristianos siempre han tenido mucha importancia las celebraciones litúrgicas. Pero ahora todo parece centrarse fundamentalmente en las celebraciones en torno a la mesa, especialmente en nochebuena. Esto no deja de ser una hermosa tradición y ojalá muchas familias pudieran celebrarla. Pero, si se queda solamente en eso, si se olvida la motivación fundamental que dio origen a esta celebración… como que se convierte en algo hueco y vacío. Si al menos en el corazón de las personas hubiera algún sentimiento de ternura y de gratitud porque nos ha nacido un Salvador, no lo daríamos todo por perdido.

Parece un gran contrasentido que unas fiestas eminentemente religiosas se hayan convertido en unas fiestasmeramente paganas, por no decir, a veces, ateas. Ello hace que para muchos ya ni siquiera se pueda hablar de Feliz Navidad y que incluso se depriman. No porque no intenten ser felices, sino porque falta la causa de la verdadera alegría. La historia se repite. En la primera Navidad, en Belén, la mayoría de la gente no se enteró del gran acontecimiento y permanecieron con su egoísmo encerrados en sus casas. Tan solo un pequeño grupo de pastores experimentó la alegría de encontrarse con el recién nacido, al que le ofrecieron lo poco que tenían. Lo mismo ocurre ahora cuando no solamente nos cerramos a la contemplación del misterio del Dios con nosotros, sino a tantos hermanos como nos necesitan, teniendo en cuenta que ayudarles a ellos es lo mismo que ayudarle a Él.
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