"No me mataría el rayo porque no tenía yo cumplido"

Maximina va a cumplir 100 años en unos días y cuando tenía 90 fue a un taller de Lolo en el que le contó que en 1968 le había caído un rayo y no la mató. Lo recuerda ahora

Fulgencio Fernández
30/10/2022
 Actualizado a 30/10/2022
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Era agosto de 2012 y uno de los talleres de muralismo que impartía Lolo llegó a La Urz, en Omaña. Acudió a él laque seguramente ha sidola alumna más anciana, Maximina Ordás, que ya pasaba de los 90 pues en pocos días (el 22 de noviembre) cumplirá 100 años, con algunos problemas de vista y movilidad pero con excelente humor y aún mejor memoria. Tanto que recuerda a Lolo perfectamente, lo que le extrañó su imagen y le agradó el taller, lógico si se tiene en cuenta que Lolo hizo de ella la protagonista de aquel encuentro, le preguntó por su vida y, como él decía, "flipé cuando me dijo que le había caído un rayo y no la había matado. Le ha quedado en el cuello la marca que le dejó en el cuerpo para toda la vida, el rayó fundió una cadena y una medalla que llevaba y se la dejó grabada en la piel".

- Mira el tatuaje de Maximina, ése no se le quita en la vida; dice Lolo en un video que conserva la desolada Mar de aquella visita.

Desde entonces cada encuentro con Lolo se iniciaba con el mismo diálogo:
- ¿Cuándo vamos a ver a la abuelina de La Urz que le cayó el rayo?
- Cuando quieras.
- No lo podemos dejar para cuando haga 100 años porque va a parecer que vamos porque cumple un siglo y tenemos que ir a verla porque tiene una vida flipante, no solo por el rayo, por lo que trabajó, las historias que cuenta… vive con una cuñada que dice que la cuida y ya tiene también más de 90 años.

Al fallecer Lolo se convirtió en una especie de deuda inaplazable ir a ver a Maximina. Fue una de estas primeras tardes de otoño y lluvia, con los caminos del pueblo llenos de hojas y soledad, las manzanas cayendo de los árboles, cuando llegué a su verja y llamé. Abre, y sin preguntar, dice: "Pase, que se va a poner pingando, ¿qué es el amigo del dibujante?".

No le ha olvidado Maximina. No se acaba de creer que haya muerto pues, dice, "ese hombrico no era de morir todavía, parecía muy bueno y muy hablao. Así, de primeras, no lo aparentaba pero pintaba tan bien y te escuchaba tan atento, yo le tuve que enseñar la marca del rayo, que no me gusta pero él me dio confianza".



Y recuerda la buena mujer la historia de aquel rayo que le cayó, la atravesó y no la mató. "Era el 18 de mayo del 68. Yo estaba con las ovejas de la vecera, no sé si sabe lo que es, cuando me cayó el rayo. No me acuerdo de nada, que había tormenta pero nada más porque me quedé sin conocimiento y cuando desperté no recordaba lo que había pasado, pero vi que el carea que tenía conmigo, la Lira se llamaba,estaba muerta, calcinada. Y yo la ropa que traía nunca más sirvió para nada".

- Vaya suerte.
- Se conoce que no me mató porque no tenía yo cumplido.

Y de aquel milagro le quedó ‘el tatuaje’ del rayo y un poema que le escribió una mujer de Guisatecha, Dolores, que Maximina sabe de memoria de la cantidad de veces que lo ha leído. "Ella es una mujer estudiada, que escribe, la conocí en la asociación de mujeres y cuando conoció la historia la escribió, aquí la tengo". Y saca de la habitación los dos folios del poema que va recitando en bajo unas palabras antes de las que vas leyendo: "Cayó sobre su cabeza / hizo blanco en su cadera / se le incrustó en el escote / como recuerdo de escena"…Y Maximina muestra ‘el rayo negro’ que atraviesa su cuello antes de seguir recitando recuerdos.

Pero, como argumentaba Lolo, la ejemplaridad de la vida de Maximina va mucho más allá de haber sobrevivido a un rayo. "Claro que trabajamos mucho, tuvimos todo tipo de ganado, unas vacas, cabras, ovejas, las que teníamos en la vecera". Y en los ratos muertos, en los largos inviernos, le gustaba mucho leer. "De todo, lo que hubiera, pero ya no puedo porque tengo un problema en la vista, una degeneración de la mácula. Y gracias que veo algo, que decían que me iba a quedar ciega pero voy aguantando, que así me arreglo, para leer no pero la tele sí la veo".

Habla de su vida y sus trabajos en La Urz, donde nació y donde quiere morir porque, dice, "mientras nos arreglemos no nos queríamos mover de aquí". Cuando usa el plural se refiere a su cuñada Anita, hermana desu marido José, fallecido hace cinco años. La mencionada se suma a los recuerdos, a los trabajos habituales en aquel pueblo y en aquellos tiempos. "Era lo que había. Esta casa en la que estamos la hicimos José y yo, mano a mano. Que arrancar las piedras y traerlas ya ‘le manca’, no lo hace cualquiera".

Anita, de 94 años, es la que lleva el peso de la casa, acaba de llegar con las botas de goma de atender a las gallinas, trae unas nueces que se han caído del árbol… "Son pequeñas, hay muchas pero pequeñas, las cogemos cuando caen, que no estamos para andar subiendo a los árboles. Nos las cogen los nietos y los sobrinos cuando vienen". No quiere que le hagan fotos "con esas pintas" y mientras se va a poner el pañuelo Maximina atiza la cocina, le echa otro palo. "Con estos días de lluvia hay que tenerla prendida todo el día".

- ¿Quedan mucho habitantes en La Urz?
- No, muy pocos, vienen en vacaciones y algo los fines de semana, hay gente que ha comprado casas, pero nacidos en el pueblo seremos tres.
- Pero el pueblo es grande.
- Casas hay muchas, pero gente poca. Y da gracias, que en muchos pueblos de alrededor dice que no vive nadie.

Es hora de irse. Va oscureciendo. Le pedimos que salga a la puerta para hacerse una foto y no lo duda. Le cuesta trabajo levantarse, se ayuda de la cacha, pero dice resignada: "Claro hijo, tenemos que ayudarnos. Lo que no me gusta es que no queráis tomar nada, tengo ahí unos dulces".
- Nos tenemos que ir.
- ¡Qué pena lo de Lolo! A ver si le dice una misa don Eliecer.

Es, son las dos, Maximina y Anita, tal y cómo Lolo las recordaba. "Bueninas y flipantes", si esos dos adjetivos pueden ir juntos. En este caso, sí, seguro.
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