No me gusta mi país

César Pastor Diez
31/05/2022
 Actualizado a 31/05/2022
No parece sino que en España sus ciudadanos, salvo excepciones, quisieran estirar esta piel de toro como estirarían un trapo viejo desde cien puntos diferentes hasta romperlo en mil pedazos, cuanto más pequeños, mejor. Y no me refiero a las regiones autónomas, a sus provincias o a sus comarcas, sino incluso a sus pueblos y a sus barrios.

Mucho me temo –y ojalá me equivoque– que si se hiciese una encuesta seria, los favorables a una España unida quedarían lejos de la mayoría absoluta

El poeta reusense Joaquín Bartrina escribió:

Oyendo hablar a un hombre, fácil es

acertar dónde vio la luz del sol;

si os alaba a Inglaterra será inglés,

si os habla mal de Prusia es un francés,

si os habla mal de España es español.

Pero no se trata de que unos españoles hablen mal de otros españoles, sino que se odien a muerte. Todo el siglo XIX fue una guerra de isabelinos contra carlistas. Baste decir que en España cinco jefes del gobierno murieron asesinados. Los españoles nos hemos unido solamente cuando la patria se ha visto amenazada por algún invasor foráneo, llámese Napoleón, Almanzor o cualquier otro intruso, aunque nos queda la espina de Gibraltar.

Lo mejor que tenemos en España son las mujeres y sin embargo, el machismo criminal se cobra la vida de unas cuantas cada año.

Las mujeres españolas siempre han estado infravaloradas o perseguidas. Concepción Arenal, uno de los cerebros más brillantes que ha dado España, tuvo que disfrazarse de hombre para acceder a la universidad. Y la propia Santa Teresa de Ávila, que discutía con los obispos la discriminación de la Iglesia contra las mujeres, tenía que esconderse para evitar los anatemas y los castigos de la Inquisición.

Mientras eso ocurría en España, las mujeres triunfaban en Europa. Rusia fue grande con Catalina; el Reino Unido se apoderó de medio mundo con la reina Victoria, y siglos atrás España había hecho lo mismo con Isabel la Católica.

Es cierto que España ha tenido malos dirigentes, con dos bandos que a veces consensuaban la alternancia para gobernar por turno prescindiendo de la opinión de la masa popular. Lo cual solo era comprensible por el hecho de que el 80% o el 90% del pueblo eran analfabetos. Después de aquello hemos tenido dos o tres dictaduras, una guerra civil que duró tres años. Y también hemos tenido que soslayar los intentos nazis de meternos en la segunda guerra mundial. Por aquellas fechas España estaba reducida a escombros por efecto de tres años de guerra civil. Y si nos hubiéramos metido en la segunda guerra mundial, los escombros españoles se habrían reducido a cenizas.

Era el tiempo del estraperlo, del pan negro y racionado, de las farinetas de maíz, la casi desaparición del dinero y el renacimiento del trueque: tú me das pescado y yo te doy patatas; tú me das pan y yo te doy tabaco; tú me das un pantalón y yo te doy medio saco de arroz, etc. Y desgraciado el que no tenía nada que trocar, ése se moría de hambre.

Pero aquello ya pasó. Después, España ha tenido temporadas buenas junto a temporadas no tan buenas. Actualmente el turismo, sobre todo en verano, viene a mitigar nuestras carencias. Pero eso no es bueno, porque el turismo no es una riqueza segura y puede fallar por diversas causas.

Nuestros gobernantes y nuestros empresarios deberían entregarse con tenacidad a la promoción de industrias no dependientes del turismo. Y no solo por cuestiones económicas sino también por orgullo y dignidad. Es preciso eliminar o al menos reducir la lacra de los tres millones de parados.

Mientras todo eso no se consiga, nuestra patria seguirá sin gustarnos.
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