No les queda ni el verano

Me recuerda el pedáneo de un pueblo mitad secano mitad regadío, en el que duermen menos de 20 personas, que ya a inicios de los 80, cuando se pergeñaba la adehsión definitiva de España a la Unión Europea (UE), abiertamente se explicitaba que la población en los pueblos que no fueran cabeceras de comarcas tenía que limitarse al 5%. Prácticamente se trata de que haya guardeses cada ciertos kilómetros, nada de comunidades, nada de vecindad, las comarcas como cortijos, con haciendas aquí y ya, vestigios de un sistema minifundista y, en gran medida, asambleario y solidario, que debe ir mutando en lo posible a latifundios más productivos. Según me explica este veterano agricultor, la concentración en las cabeceras de comarcas, que se ha producido en un segundo movimiento de despoblación, estaba en el pack del cambio del modelo primario a terciario, del arado por la sombrilla y la pala por el teclado. Para ello se implantaron cuotas, se modernizaron y optimizaron sistemas y se disparó la burocracia, acompañado todo ello de un progresivo desmantelamiento de los sistemas informales de asistencia mutua causado por el éxodo poblacional. No entrecomillo, pero las palabras son más o menos textuales, pausadas, de agricultor veterano y curioso, aunque no lo parezca, casi siempre optimista, y siempre, siempre jovial.

Pese a ello, confiesa que resiste por su madre, pero cuando ella no esté y él se haya jubilado se mudará a la ciudad, porque la falta de servicios también asusta, la media hora del Sacyl en según que circunstancias mete miedo.

Claudicar, renunciar… o adaptarse. Normalmente, en los pueblos la población crece –o crecía– en verano. En este pueblo ya no ocurre eso. Al margen del pedáneo y otro ganadero, solo lo habitan profesionales liberales y funcionarios que en las dos últimas décadas han encontrado allí vivienda barata, tranquila y bien conectada. Ahora se van de vacaciones y el pueblo queda desierto. No le queda ni el verano.