El mayor pecado de Ciudadanos ha sido retar al tiempo. Su lucha de fondo no fue nunca ganarle espacio a la izquierda o a la derecha si no desafiar al único enemigo invencible: el tiempo. Por eso la decisión de no concurrir a las inesperadas elecciones generales de julio para afrontar su desaparición es un acierto. Aunque parezca sencillo a veces lo más complicado es ver los abismos definitivos cuando corres a toda velocidad hacia ellos.
Ciudadanos siempre avanzó a contratiempo. Tras su exitosa irrupción en la política nacional consiguiendo medio millón de votos en las europeas de 2014 repitió aquello de que por fin llegaba a España la modernidad europea de un partido de centro liberal equiparable a los que existían en otros países y necesario para quebrar el bipartidismo. No demasiado después, durante su expansión, el relato cambió y resulta que Albert Rivera era tan ancho como la Transición, tan de concordia como Adolfo Suárez, tan en blanco y negro como la nostalgia. «No hay nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo», pintaron a Victor Hugo en sus sedes sin saber que tatuaban su condena. Nunca aprendieron a acompasarse a tiempo a lo que España les demandaba. Estuvieron a punto cuando fueron decisivos para formar gobiernos nacionales y autonómicos. Cuando tenían la prometida llave del cambio, a izquierda y derecha, para ser ese ingrato centro incontestable. Y entonces defraudaron apuntalando gobiernos continuistas y después traicionaron escogiendo definitivamente la derecha.
La ausencia de Ciudadanos es una mala noticia para España porque obliga a que la gobernabilidad descanse irremediablemente en los extremos. Consolida los sanchismos sin Sánchez y no solo Frankensteins de izquierdas. No supieron ser la bisagra precisa que bien engrasada consigue que la maquinaría avance. Quizá porque el centro es demasiado estrecho y frío para conformarse. No les pareció suficiente y ahora es demasiado tarde.

No les pareció suficiente
01/06/2023
Actualizado a
01/06/2023
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