07/09/2022
 Actualizado a 07/09/2022
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Cuando era pequeño a veces me decían: «Baja al gallinero y sube unos huevos». A veces bajaba con mi padre para pillar un conejo o un pollo para la comida del domingo. Mientras yo miraba, mi madre sujetaba al ave y con un corte en el pescuezo, el animal se desangraba, como un Séneca, y vertía su sangre en un cuenco que se freiría con cebolla y pimentón de la Vera. No había inspectores ni cámaras para asustar a los animalistas hipersensibles.

Comíamos en familia en torno a la mesa y si había sobras se guardaban para dárselas al gocho, junto con las mondas de patata hervidas, que se cebaba en el cubil. Era una vida corriente, de acuerdo con las costumbres seculares, que hoy resulta bastante lejana.

La gente trabajaba, estudiaba y compartía sus vivencias. Los niños éramos los reyes de la calle, el padre cabeza de familia honorario, porque quién realmente mandaba era la madre. Algún lector no entendará este galimatías, pero sé lo que digo.

Mas el destino, que juega con nosotros, nos ha llevado a donde quiere. La política, el trabajo y la economía son el marco de la vida actual y los que nos roban el tiempo. Luego, las preocupaciones ponen fin a esos minutos de convivencia. Dormimos poco, comemos mal y amamos unas horas por semana.

No entiendo tanta prisa para no llegar a ninguna parte. Si nos comunicamos es por ‘wasap’ y si hablamos, es el tiempo de apurar una taza de café.

A veces algún comunicador nos habla de la calidad de vida, pero todo el mundo recuerda que las mejores croquetas eran las que hacía su madre. Mero recuerdo porque ya no se cocina. Por falta de tiempo, de conocimientos o alimentos de coste prohibitivo. Y como hay que vivir, la gente se mantiene de la llamada cocina rápida, basura de glutamato y otros aditivos; además de adictiva.

Empizean con los niños que sacian el hambre en el recreo con la bollería industrial de aceite de palma que esquilma las selvas de Borneo y el hábitat del orangután y otras especies al borde de la extinción.

Pero suponiendo que las hamburguesas fueran de carne, me pregunto cuántas vacas se estarán devorando, en este preciso momento, en el mundo. ¿O cuántas toneladas de soja supone la dieta de los vegetarianos? Pues mira por dónde, estos naturistas son los que proscriben en los medios las llamadas macrogranjas o monocultivos de donde viene su ingesta.

De acuerdo con la publicidad, la mejor existencia hoy por hoy, es la del perro (que come carne de calidad y con más controles que la tuya) o gato (que come pescado con omega 3). Y tanto uno como otro, apostaría, reciben más carino que tú. Así pues, aprende a decir: ¡Guau guau! O ¡Miau miau! Y ronronea.
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