Ningún cuidado con el perro

28/01/2020
 Actualizado a 28/01/2020
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No hace mucho recordaba la historia del viejo perro de Robles el de Tabanedo, quien sustituía la falta de vigor del anciano mastín con un amenazante y enorme letrero: «¡Cuidado con el perro!».

No serviría el intimidador cartel para otro anciano ilustre, Sam el de Gelón el de Salamón, el de la foto, pues estaba él allí al lado para dejarte muy claro que no hacía ninguna falta tener cuidado con el perro, más bien todo lo contrario; al verte llegar te empujaba hacia la cocina, te invitaba a que traspasaras la puerta siempre abierta y te conducía hasta el escaño, para enredarse entre tus piernas cuando tomabas asiento. Ladraba ronco pero cercano, ya no corría pero te acompañaba y cuando te ibas él se quedaba tumbado al sol, esperando a la siguiente visita y celebrando si era la de Borja o Gonzalo, sonriendo ante las riñas de Maribel: «¡Menuda forma de cuidar la casa!».

Era uno más del pueblo —con él en invierno sumaban dos habitantes—, no era un anciano perro sin edad sino un vecino que siempre estaba.

Pero hace unos días ya se supo enfermo, anciano y cansado. A paso lento, buscando las sombras y la soledad desapareció de su puerta, de su casa y de sus vecinos. Y cuando ya su ausencia empezaba a ser preocupante se supo que había ido a morir cerca del cementerio de los humanos, allí donde están tantos amigos que le habían acariciado y a los que había acompañado en su camino.

No quiso hacer ruido. No quiso causar problemas. La puerta sigue abierta pero no es lo mismo, si te sientas en el escaño nadie se enroscará entre tus piernas. La cocina está prendida pero hay menos calor. El de Sam, de quien nunca se dijo «cuidado con el perro»
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