jose-luis-gavilanes-web.jpg

Niebla moral

José Luis Gavilanes Laso
15/04/2018
 Actualizado a 15/09/2019
Guardar
Hace unas semanas, refugiados negros protestaron la muerte de un mantero en el barrio madrileño de Lavapiés. Las últimas elecciones húngaras han dado el triunfo a la xenofobia. Hacinados en embarcaciones de juguete, emigrantes africanos ponen rumbo a Occidente aventurándose en empresas trágico-marítimas. El Mediterráneo se ha cobrado en 2017 la vida de 3.500 de estos infelices. Huyen por causa de guerras hacia una tierra de promisión o porque la suya está tan reseca como sus bocas. Tanta necesidad se agolpa en el costado de estas pobres gentes, que enajenan sus ahorros para jugarse la vida en mares por ellos nunca antes navegados. ¡Qué tiempos aquellos cuando eran los antepasados de los que ahora les niegan el asilo quienes se aventuraban en frágiles navíos! Antes de que luego se envilecieran relegando a la esclavitud a los aborígenes, partían en busca de fortuna bordeando la costa africana. Privaba entonces la conquista de la fama, la plata, el oro, las especias o la propagación de la fe católica.

Suelo ir al mercado de la Plaza de Colón. Hace tiempo fui testigo de lo sucedido cierto viernes bajo una niebla cenicienta y húmeda. De retirada, un inconmensurable negro, oscuro como un enigma y reluciente como la brea, incitaba al público con mirada bovina. Un sembrado de fundas de CD y DVD se esparcía en una manta sobre el suelo. Compro tres. Sólo le llenará el estómago un día, pero algo es algo. En el instante que desvió la vista para sacar el dinero de la cartera oigo un ruido extraño. Elevo la mirada y en un santiamén el africano se echa la manta a la cabeza al tiempo que se dispara como un cohete. Un policía le persigue. Quedo desconcertado sin saber qué hacer, sosteniendo los discos en una mano, el dinero en la otra y una sensación de inmoralidad, semejante a la que debiera tener el empresario que se queda con parte del sudor de sus operarios; del que se corrompe con dinero público o del que, falto de escrúpulos, incluso trampea a costa de las instituciones usurpando títulos o beneficios. Hasta que alguien me saca de mis rubores de conciencia: «Lo que ha hecho usted es fomentar la piratería». El interlocutor debe ser un honrado ciudadano para quien la piratería en este perro mundo se reduce a supervivientes de alguna patera o cayuco. Ejemplar ciudadano a quien seguramente le cae mejor quien se esconde tras la mentira que quien destapa la verdad. La piratería que a mí me da verdadero horror –le dije– es la que se hace con dinero público en subvenciones a empresas nacionales o multinacionales para que echen el ancla por estos muelles. Se dice que con el fin de evitar dejar al personal en la calle. Pero cuando los resultados ya no son satisfactorios, los «neofilibusteros» levantan el campamento, largan velas y singlan las naves en busca de botín a otros lugares. Empleados y obreros se quedan entonces definitivamente en la calle. ¿Y el Gobierno?, pues a socializar las pérdidas.

Di varias vueltas por la plaza. Me fui a casa con la esperanza de que al doblar cualquier esquina surgiese aquella torre de ébano que tan amargo sabor me había dejado. Pero no apareció. Los negros, si no son todos iguales, se parecen. Dícese que un portavoz del partido socialista, de apellido Blanco, había opinado que el modo mejor de ubicar a los africanos en España es repoblar con ellos la árida comarca aragonesa de Los Monegros. Sea.
Lo más leído