25/04/2022
 Actualizado a 25/04/2022
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Pasada la Semana Santa, con la pandemia adormecida, y aborrecidas las mascarillas, parece retornar la normalidad, es decir, las disputas políticas entre derechas e izquierdas, unos y otros apoyados por los extremos, y todos refiriéndose a la ciudadanía cuando quieren decir los ciudadanos. Y algunos de los trapos sucios (como las compras de mascarillas madrileñas) que durante la pandemia quedaron ocultos, son llevados a la lavandería de la justicia y tendidos al sol después de pasarlos por el ‘azulete’ para que blanqueen.

Pero eso no es nada comparado con lo que terminará saliendo a flote cuando Putin, el ruso, acabe su campaña de ‘empoderamieno’ frene al mundo occidental (ya que China se echa a un lado) si es que acaba tan solo con el rapto del Dombás, como algunos creen, y no con el colapso total de toda Ucrania. Aunque él, Don Vladimiro, seguirá manteniendo que lo que hace es todo por amor, y tendremos que recordar aquello que escribía el húngaro Lajos Zilay en ‘Primavera mortal’ cuando afirmaba que: «La guerra más áspera de la vida es el amor».

Ahora mismo está centrado en la conquista de Mariupol, donde, una vez destrozada la ciudad, un millar de ucranianos resisten en las catacumbas de la fábrica de acero Azovstal, construida como refugio antiatómico. Y, como no se rinden, y la celebración (para el 9 de mayo) apremia, las órdenes del estratega caritativo, humanitario, ha sido: «Cérquenlos y que no salga ni una mosca».

El gran Imre Kertesz (premio Nobel de literatura en 2002) superviviente a todos los oprobios del nazismo, en su maravilloso libro titulado ‘La última posada’ nos recordó que «Europa vuelve a vivir una de sus épocas más vergonzosas» y se dolía así de tener que apechugar con ese trabajo: «Como si fuese yo la conciencia del mundo». La conciencia del mundo en estos momentos estamos siendo todos aquellos que nos sentimos humillados en nuestra condición humana, al ver las barbaridades que uno de los ejércitos más poderosos está cometiendo, sembrando la muerte y la desolación en medio de Europa, sin que la indignación general consiga paralizar a alguien que, además, se justifica como si fuera un héroe redentor de los oprimidos.

A no ser que sea cierto lo que también firma Lajos Zilay en el referido libro: «Los que han sido torturados por el dolor perdonan más fácilmente». En cuyo caso resultará que el Ruso sabe mucho más que todos nosotros juntos y se aprovecha de una Europa con la conciencia destrozada por dos guerras terribles.

Que no salga ni una mosca. Dijo. Y cerró sus labios como dos bloques de hielo sucios.
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