23/04/2017
 Actualizado a 17/09/2019
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Hace unos días el periódico El País publicaba una información – de la que se hacía eco éste hace dos o tres– según la cual León es junto con Tenerife la provincia de España que menos se manifiesta. La visión de la provincia leonesa en blanco, la única de toda la península, desconcertaba al que la conoce y sabe las grandes dificultades por las que atraviesa desde hace ya tiempo. Que otras provincias tradicionalmente sumisas y poco o nada combativas como Zamora o Teruel, por poner sólo dos ejemplos, estuvieran por delante en el número de manifestaciones que León, con su pasado minero y hasta revolucionario, llama poderosamente la atención cuando no mueve a la estupefacción si más. Porque, a la vez que en el mapa de las protestas de España la provincia de León aparecía en blanco, el color menos reivindicativo (todas las otras iban del azul al negro según el número de manifestaciones por habitante y año), la prensa leonesa publicaba las previsiones de Caja España-Duero para el futuro de la provincia, que dibujan un panorama descorazonador.

Últimamente, varias personas me han dicho que estoy muy «cañero» en esta columna con los leoneses, incluso de cuando en cuando me llegan quejas de algunos de éstos que consideran que «me meto demasiado con León», como si yo lo hiciera por gusto, pero cada vez me convenzo más de que soy demasiado suave con mis paisanos, cuya resignación y falta de espíritu rayan ya con la estolidez social. Que una provincia que día tras día ve cómo merma su población por falta de oportunidades, que contempla sin decir ni mu cómo la ningunean desde el gobierno central y desde el autonómico, que asiste a una postergación histórica mientras otras cobran protagonismo con menos mérito, que permite sin alzar la voz que le esquilmen sus riquezas, ya sean sus jóvenes o sus materias primas, y que todo eso suceda ante la indiferencia de sus habitantes, tan animosos para criticar al prójimo o al que se manifiesta por ellos con razón o no, mueve a la desolación y, en ocasiones, a la reacción airada, como a mí me sucede cada vez más. Y es que, vista desde León, la incapacidad de respuesta de la provincia es penosa, pero observada desde fuera directamente no se comprende ¿Qué más le puede pasar a León, qué más le pueden hacer a sus habitantes desde Madrid o desde Bruselas, qué más oprobios y abusos involuntarios o voluntarios han de cometer con ellos para que se echen a la calle a protestar como hacen por mucho menos en otras provincias? ¿O es que León está mejor que Navarra, que capitanea el ranking de las manifestaciones? ¿O es que los leoneses viven tan bien como los tinerfeños, con los que encabezan la lista de los más ‘pacíficos’? Y, sin embargo, ahí siguen, con el tambor, marcando el paso en Semana Santa y tomando vinos, resignados a su suerte y sin gutir, porque ni para protestar valen ya, qué pena.
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