Ni mira, ni le importa

27/11/2018
 Actualizado a 15/09/2019
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Mira qué cara de vivir en un mundo que se reduce al ancho de un Camino estrecho, de hablar con otros que viajan como él, de preguntar cuánto queda para Santiago, si lloverá o nevará...

Delante va un japonés, detrás un coreano, al lado un español. Delante un peregrino que quiere olvidar, otro que va por el placer de volver; detrás uno que acelera sin prisa por llegar pues en la meta espera un apóstol... y el principio del regreso al mundo.

Da la impresión de que lo que les gusta es no vivir la vida que vivimos más allá de las orillas de ese Camino estrecho; que su felicidad pasa por no tener que escuchar del telediario más que el tiempo –que es lo mismo que empiezan a hacer en los bares de nuestros abandonados pueblos–, que cuando en el bar hablan de Rufián les suena a chino incluso a los chinos... Escuchan el nombre y sonríen.

Resulta que hay gente que en la realidad, al menos en su realidad, encuentra motivos para motivos para sonreír; y lo vuelven a hacer cuando les dicen «buen Camino»; y cuando ven comida caliente después de una mañana fría.

Y los albergues se van convirtiendo en el único filandón en el que se hablan muchas lenguas y la conversación vuela por encima de los idioma.

A alguien le extraña la imagen feliz de estos extraños viajeros.
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