27/01/2017
 Actualizado a 18/09/2019
Guardar
«Ni más ni menos, ni más ni menos». Suena la rumba pegadiza de los Chichos. Hay un tipo que palmea y taconea sobre una pequeña tarima. Tiene una melena negra, negrísima, como si se la hubiera teñido con betún, y gafas de pasta y lleva una chaqueta blanca y una camisa negra y botines de tacón. Es una mezcla entre flamenco y rockabilly. Se llama el ‘Rumbero de Vallecas’, «ese soy yo. Nací en Palencia pero de niño me trajeron a Madrid. Tengo veinte nietos y tres bisnietos. He tocado con el Bambino y con los Chichos. Muchas noches, muchas. Y con Rafael Farina en Salamanca, ah, Farina, qué grande, voy a cantar una de sus coplas».

El Rumbero desgrana las estrofas de ‘Mi Salamanca’, mientras, en la calle que baja el Rastro, se acumulan los mirones a la puerta del bar. «Pasen, pasen, que es gratis», exclama. Es domingo por la mañana, hace sol y Madrid se echa a la calle. Yo también. He venido a tomarme una copita de mencía, de maceración carbónica, joven y expresivo, y una tapa de lentejas con chorizo del Bierzo. Es lo que tiene mi barrio, sales a la calle, y en la acera de enfrente, hay un bar con música en directo y vinos del Bierzo. La dueña es actriz y canta, y cocina que da gloria. Se llama Carmela. El bar, una antigua tienda de tatuajes, es pequeño, antiguo, de ladrillo visto, vigas centenarias y ganas de jolgorio. También se llama Carmela. «Me gusta cantar, y quería montar algo pequeño. Y para comer, solo productos buenos, del Bierzo», dice. Su madre es sevillana y emigró a Ponferrada a trabajar, de médico, creo, y ella es una mezcla de todo: acento andaluz, amor por el noroeste, simpatía madrileña (me doy cuenta de que esto suena a tópico: pero a veces los tópicos se cumplen). Carmela lleva poco tiempo en el barrio, pero ya ha ido a ofrecerles un plato de lentejas a los tenderos de la calle. Y uno de mis amigos, vecino y escritor, le ha prometido que se pasará un día a tocar el saxo.

Enseguida entran dos chicas, dicen ser irlandesas. Luego un señor grueso con sombrero, barba y gafas de sol. Los saluda, se pide su vino y se apoya en una mesa ensimismado. Luego una pareja acompañada de una señora mayor con abrigo de visón que se toma una cerveza a morro y escucha sin pestañear. Un par de hipsters que se hacen fotos con los músicos. En un momento se congrega una variopinta multitud. El guitarrista pide un chupito, «que no sea de hierbas, que se me pegan las cuerdas». Ahora una de Bambino, suplico. «Ay, el Bambino, eso sí que eran cantaores. Ya no hay. Ahora solo el Poveda, el Mercé... poco más. Murieron todos –dice el Rumbero y de pronto guiña un ojo–. Pero nosotros aquí estamos, pa’lante» .
Lo más leído