09/06/2016
 Actualizado a 09/09/2019
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Siempre he sido un ávido lector de novelas policiacas. Sé que este género nunca fue bien visto por la ‘inteligencia’; siempre fue considerado como algo menor. A uno, sin embargo, le encantan los vericuetos que va tomando la trama (alguno absolutamente inaudito), hasta acabar con un desenlace la mayoría de las veces inesperado. Y lo de menor, ¡hombre!, no sé yo. Allan Poe fue quien lo inició y creo que Poe no es un escritor menor.

A finales del siglo XIX, la novela policiaca había tomado carta de naturaleza y autores como Conan Doyle (san Dios), Georges Simenon, Agatha Christie o Chesterton lograron que este tipo de novelas fuesen, en casi todos los países, las preferidas por los lectores. En todos los lugares se han escrito novelas policiacas. En España, Lorenzo Silva y Vázquez Montalvan son los autores más conocidos, aunque uno al que más admira es a García Pavón, con sus novelas protagonizas por Plinio, el jefe de la policía municipal de Tomelloso, Ciudad Real, en la época de Franco. Ahora están de moda los escandinavos, aunque no me gustan ni una pizca: son pesados; muy pesados. Uno, que es meridional, lee todo lo de Márkaris, el griego, el creador del comisario Jarito. Ya os dije que no he leído nada que refleje tan bien la dichosa crisis como las novelas de este hombre. Sin embargo es en los Estados Unidos donde esta juerga se convierten en arte. Los americanos profundizan más y comienzan a preocuparse del delincuente, de sus motivaciones y de la influencia de la sociedad en el crimen. Nace la Novela Negra y ha sido una gran suerte para todos. La cosa alcanza su cenit con ‘A sangre fría’, de Truman Capote, aunque él la calificara de otra manera. Es difícil encontrar un libro tan estupendo, tan complejo y tan apasionante. Y mucho más si el libro habla de un brutal crimen cometido en un rancho de la ‘america profunda’, donde nunca pasa nada.

Además de Capote, los americanos parieron a Stanley Gadner, Rex Stout, Dick Hickock o Perry Smith, aunque a mí el que más me gusta es Chester Himes. Este señor vivió y murió en Benissa, Alicante. Se marchó de su patria porque era negro y estaba harto de la famosa discriminación racial, cansado de tener más lectores en Francia o en Inglaterra que en Ohio o en Nueva York. Los detectives protagonistas de sus novelas se llaman ‘Ataúd’ Johnson y ‘Sepulturero’ Jones. Como veis, una declaración de intenciones. Su centro de trabajo es la comisaría del sur de Harlem y sus historias nos cuentan como los negros, los delincuentes negros, son empujados a serlo por una sociedad que no les daba ninguna salida.

Hablando de negros: ha muerto Mohammad Ali, el mejor boxeador de todos los tiempos, el hombre que bailaba como una mariposa y picaba como una avispa, el hombre que se negó a entrar en las filas del ejército americano para combatir en Vietnam, el hombre que luchó como un guerrillero del Vietcom (el mismo que querían que matase), para conseguir que, cuarenta años después, un negro ocupase el despacho oval de la Casa Blanca, y tengo que dejar lo de la novela para hablar de él. Se lo debo.

Cuando era niño, vi por la tele muchos de sus combates. A mi, que no me gusta el boxeo, me parecía increíble lo que hacía en el ring; como flotaba mientras sus rivales le perseguían lanzando trompadas que pegaban al vacío. Ver a Ali moverse, lanzar sus directos que parecía que no llevaban fuerza, para acabar, cuando él quería, con el contrincante en el suelo, me hacía sentirme bien, me hacía comprender que aquel tipo era extraordinario, me convencía de que cualquiera que le imitase estaría a salvo del peligro por los siglos de los siglos. Era un héroe, como Superman, y los niños siempre buscan héroes a los que admirar. Pero, paradojas de la vida, el 19 de julio de 1996, cuando encendió el pebetero de los Juegos Olímpicos de Atlanta, mostrando a mil millones de personas que la enfermedad le había golpeado, que había sido derrotado por la vida (pero no vencido), Alí pasó de ser un hombre a ser un Inmortal, como los protagonistas de cualquier buena novela negra.

Salud y anarquía.
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