21/08/2020
 Actualizado a 21/08/2020
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Los mecanismos que tiene el ser humano para poder levantarse cada mañana son maravillosos. No nos damos cuenta, pero nuestro cerebro trabaja para que ignoremos aspectos trascendentales de nuestra vida que, de otra forma, nos producirían tal grado de angustia que nuestra existencia sería poco menos que insoportable. Les hablo de la muerte.

Si hay dos certezas absolutas en la vida son que el comunismo siempre trae miseria y que unos antes y otros después terminaremos todos muriendo. Creo que todos estamos de acuerdo por lo menos en la segunda máxima, pero aun así actuamos como si fuésemos eternos y nunca fuésemos a ser nosotros los que aparezcamos en las esquelas de los periódicos. Esta concepción inmortal del individuo, nos hace complicarnos la vida más de lo necesario y perder el tiempo en chorradas varias. Pero ese es otro tema.

Debe ser este tipo de mecanismo el que, a cierto sector de la población, le haga olvidar lo que nos pasó en el terreno sanitario tan solo hace unos meses y que ahora salgan negando el número de fallecidos, la gravedad del coronavirus, las medidas que se aplican e incluso la existencia del propio virus.

Entre esos negacionistas existen dos grupos bien definidos, los que están como auténticos zamarros, directamente niegan el virus, la muerte de 50.000 personas y que basan su hipótesis en un complot planetario para quitarnos la libertad (como si hiciese falta) y por otro lado los que no niegan lo que ha pasado, pero dudan, no sé por qué motivo, de que nos pueda volver a pasar.

A los del primer grupo los voy a obviar porque sus respuestas solo las podrán encontrar en un cóctel de fármacos. Dentro del segundo grupo encontramos multitud de casuísticas, desde los que se quejaban del gobierno por no tomar unas medidas y ahora se quejan de que se están tomando, los que en su lucha por la libertad creen que se debe «hacer de tripas corazón» y tirar para adelante y otros que toman los datos sobre hospitalizados y que, en base a ellos, creen que no hay que alarmarse.

Dentro de estos últimos, encuentras a políticos, al Gobierno, a periodistas y curiosamente hasta médicos que cometen un error de bulto, el mismo error que lleva cometiendo Fernando Simón desde comienzos de año, que es tomar esos datos como una foto fija sin analizar la tendencia. Puede que hoy las cifras de hospitalizados no sean alarmantes en comparación con las PCR positivas y que el número de muertes no parezca muy alto (más de 130 la última semana) pero la historia se está repitiendo y muchos parecen ignorar las señales.

La relación entre positivos y hospitalizados no puede compararse con la de comienzo del año, por la sencilla razón de que entonces no se hacían pruebas diagnósticas. ¿Quién nos dice que, en febrero, cuando aún la pandemia nos parecía algo lejano, no teníamos ya estas tasas de contagio? Recuerden lo rápido que pasamos de las primeras muertes al colapso hospitalario y por favor, sean prudentes.
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