10/06/2020
 Actualizado a 10/06/2020
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La tarde está nublada, pero no lloverá. Después de transitar por días de sol, minimalistas como una meseta, se agradece un cielo de montañas. Los pronósticos llevan toda la semana dando lluvia, amenazando, pero no ha llovido. Echo de menos a los profetas, al menos su voz semejaba los truenos.

Los aguiluchos planean muy lentos sobre nuestras cabezas. Buscan algo. Golondrinas y vencejos atraviesan veloces el aire sin concierto, da la impresión de que sus vuelos no tienen ningún fin, como los jóvenes. El reloj de la torre da las cuatro y levanta una bandada de palomas, que aletean, curvan, vuelven a posarse en el mismo tejado.

La tarde está en calma, ningún coche pasa. Pienso en la lluvia como porvenir, porque nunca viene. Y mientras esperamos a que llegue. Así acusó el poeta al porvenir. Por este puente paso de la lluvia a León. Donde tampoco llueve. En la sobremesa, los artistas no fueron optimistas al respecto del futuro de esta tierra, que «permanece más allá de las horas, agazapado no se sabe dónde». No se rendirán, sin embargo.

Dicen que los artistas tienen algo de los niños, pero sólo algo. Y porque lo dicen. Me he sentado en el suelo, a mitad de camino entre Helena y mi hijo León, como un juez de silla sin nada que juzgar. He aprendido que los juegos de los niños que aún no tienen nada de mayores carecen de reglas, no las necesitan. El juego es sencillo: Helena hace pompas de jabón y León las persigue para atraparlas o explotarlas con las manos. Yo los observo y adivino a cuáles va a llegar y cuáles se escaparán en su vuelo incierto o se estrellarán antes contra el suelo o la pared. Él, sin embargo, corre tras de todas, no hace distinciones en su derroche, en su risa. El cálculo todavía no condiciona su esfuerzo ni el poder limita su querer. Tampoco el no llegar le frustra como una derrota. No existe la derrota para él.

En la tarde apacible, escucho a Giordano Bruno con su voz de fuego y bronce: «Tal vez no llegues a alcanzar tu meta, pero aun así corre la carrera. Invierte tus fuerzas en tan alta empresa. Sigue luchando con tu último aliento». Cuando una de esas pompas se eleva tan alto que, hasta él mismo intuye que no la va alcanzar, ni siquiera entonces concibe el imposible, salta y exclama: ¡Necesito alas!
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