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Nayu y la plaga de cabrones

23/02/2020
 Actualizado a 23/02/2020
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Os dije la semana pasada que iba a empezar aquí en este basamento de página una serie sobre personajes que han decidido quedarse en sus pueblos, sobre los motivos que les mueven para hacerlo, para que algunos muchos se den cuenta de que no somos una manada de desarrapados que tampoco tenemos otro sitio donde ir, aunque nosotros ironicemos con ello. Cuando le pidieron a El Tumbao que añadiera algo para una biografía sobre los cuatro datos que tenían así lo hizo. «Hemos puesto que sigue viviendo en su pueblo, ¿qué más te parece que podríamos poner?».

- Pues que a dónde va a ir...

De nosotros nos reímos nosotros. Y Gila.

Iba a empezar la serie por Mones, el de Riaño, pero nos han atropellado la realidad y el tren de Feve y lo vamos a dejar para otra semana, en su lugar se ha colocado Nayu el de Ranedo, que de nombre suyo tiene José Ignacio Álvarez Sierra.

Conocí a Nayu cuando era un rapaz, era luchador, del Curueño. No era malo y asustaba a los que estaban instalados en su peso, ligeros, por su fuerza. Gustaba a los aficionados por su nobleza, ni un mal gesto se le recuerda. Le daban consejos los rivales porque se lo merecía.

Un día se lesionó en los huesos de la muñeca. No era grave para otros trabajos pero sí para un ganadero de leche. Dejó la lucha y se quedó en la ganadería, fue sumando vacas, pasó de las cien. Lo ves con ellas, las cuida y entiendes que está donde quiere, donde siempre quiso, como quiere, como siempre quiso. Por eso, cuando algún sinvergüenza dejó de cogerle la leche sin más explicación aguantó el tirón mientras veía cómo tenía que tirar bidones y bidones de leche, un día tras otro. Por eso, cuando se aprovecharon de su extrema situación y le compraban la leche por debajo de costes y ya no la tiraba pero perdía dinero por trabajar, siguió, pidió un crédito a ver si aparecía una salida...

Y cuando se intuía la salida, algún listo (para qué eufemismos, algún cabrón) le manda una multa de 38.001 euros a ver si al fin doblegan su resistencia a permanecer en su tierra, en su mundo, en sus vacas, en su nobleza, con su sonrisa.

Ya lo decía Santiago, «los topillos se extinguen, los cabrones, no».

Si acaban con Nayu... pon jodiola.
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