29/12/2018
 Actualizado a 13/09/2019
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Pasar del yo al nosotros, darle jaque a la soledad. Amada por muchos y odiada por otros, cada solsticio de invierno inaugura, para creyentes y ateos, la gran conspiración de la alegría. No hay truco en el mundo más perfecto que la Navidad. La celebramos en ambos hemisferios, en los cinco continentes y quien más, quien menos, pone su granito de arena para que esa gran playa construida a base de buenos deseos cierre un ciclo y abra otro, una a quienes estaban solos, acerque distancias, marque una tregua de buena voluntad.

Yo pertenezco al primer grupo, al de los amantes del acebo. Nacer en Nochebuena es un estigma que te persigue de por vida. La Navidad tiene ese regusto nostálgico que tiende un puente hacia la infancia, «la única patria que nos queda», según Rilke. Por eso la Navidad, aunque la veamos desde la ventana, supone siempre un regreso. Nada como diciembre, sus abetos, sus nieblas cristalinas, para abrazarnos entre cascabeles. Me gusta su estética verde, rojiblanca, esa explosión de luces vistiendo pueblos y ciudades, me gustan los trineos y ver a los niños patinando en el hielo. Me complacen el muérdago, los besos barrocos y la mousse de turrón. Volver a ver a amigos que no veo durante el año y tener una dosis generosa de fe ciega para creer en las buenas intenciones que veinte días después nadie recuerda y yacen escondidas en esa papelera a donde van a parar todas las listas ingenuas propias de Año Nuevo. Me gusta la Navidad de Dickens y la de Lewis Carrol, una Navidad de Cascanueces y Mary Poppins, de cine y carrusel. No me gusta esa otra Navidad que todo impone: compañías no deseadas, conflictos familiares, consumismo esclavista. La austeridad del pesebre ha sido sustituida por esa necesidad contagiada y contagiosa en la que el regalo ideal es recibir el último Iphone o la Nintendo Switch, así te deje temblando la tarjeta de crédito o te olvides del tío Fernando al pasar de nivel. Prefiero el detalle de quien te ama de verdad y te pinta una postal o una sonrisa con acuarelas de colores, aquella mano que suele recordar tu colonia favorita o que no duda en conseguir el libro que te enamorará.

Elijo voluntaria y conscientemente creer en los Reyes Magos, en Vicente Papá Noel, en Alicia y Campanilla, porque la magia existe como existen la música y la poesía. Si en Navidad todo es posible, aunque sus frutos sean efímeros, hay esperanza. Qué futurista suena 2019 y, sin embargo, seguimos siendo humanos. ¡Así que cantemos villancicos, abracemos al vecino del tercero! Olvidemos la publicidad. Feliz Año Nuevo.
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