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‘Nature writing’: sobre la ética de la tierra

11/03/2019
 Actualizado a 17/09/2019
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La aparición de fuegos en pleno invierno, en lugares como Asturias o Cantabria (llegó a haber varias decenas, si no cientos), nos coloca una vez más en la pista de lo más necesario que ahora mismo tiene la humanidad en perspectiva (y ello a pesar de que hay muchas cosas por hacer en muchos ámbitos). Lo más necesario es la preservación del planeta, porque, sin eso, todo lo demás resultará inútil. La vieja idea del ecologismo ya no corresponde a una filosofía romántica, resucitada en numerosos momentos de crisis, o a través de diversas relecturas progresistas. Ahora es ya una cuestión científica, irrebatible, por más que hayan surgido facciones políticas que abominen de ella, que la pongan en cuestión, incluyendo, por supuesto, la acción de ciertos dirigentes políticos, incluso de países muy principales, que se permiten el lujo de renunciar a tratados internacionales sobre el control del calentamiento global, entre otras cosas. Vivimos una situación de emergencia, de eso no hay ninguna duda, agudizada desde algunos liderazgos poco menos que surrealistas, pero ya no se trata de una lucha sólo ideológica, sino, como decimos, de algo científicamente mesurable, que atañe a todos, por encima de ideas o de creencias.

La alarma de los fuegos, nada menos que en pleno invierno, tiene que ver con la pérdida progresiva de atención al campo, de la que tanto hablamos en estas líneas. Es verdad que se habla mucho y se hace poco. El deterioro del mundo rural parece irreversible para algunos especialistas, salvo que se acometan acciones decididas para la protección de las especies y, singularmente, de la población humana, ya que su presencia tiene que ver con sus cuidados. El vaciamiento progresivo y acelerado de la España interior se debe a muchos motivos, claro está, incluyendo el envejecimiento imparable, pero más allá de las causas conviene observar la gravedad de las consecuencias. Deterioro y abandono del monte, progresivo desinterés por los valores de la naturaleza y, finalmente, el círculo vicioso que lleva al empobrecimiento y la despoblación. La defensa del campo tiene que estar unida a un factor económico, a una monetización de los esfuerzos de los ciudadanos que decidan emprender una vida rural (en el campo no se vive del aire, aunque a veces algunos lo piensen), manteniendo, como es natural, la lucha en favor de la naturaleza. Es compatible una vida digna con el respeto al medio ambiente, qué duda cabe, especialmente porque las personas que apuestan por esta forma de vivir no suelen caracterizarse por una ambición desmedida, ni por ser irrespetuosos con el entorno, sino más bien todo lo contrario.

La protección de los bosques, del monte, de los ríos, del campo en general, está directamente relacionada con la estabilización de los habitantes de las áreas rurales y con la incorporación de los jóvenes. La mano humana puede ser dañina para la flora y la fauna de un lugar, es muy cierto, pero la gente del campo es la que mejor conoce su entorno, y su acción, dentro de los valores proteccionistas y conservacionistas, ayudará a evitar los desastres que el abandono y la incuria producen. La sostenibilidad tiene un componente técnico y científico, es importante crear puestos de trabajo que favorezcan y apoyen, desde el conocimiento, un desarrollo sostenible, pero el componente emocional de los habitantes, el compromiso con la tierra, es igualmente decisivo para la protección del mundo rural. En realidad, hay muchísima gente comprometida con la naturaleza. Necesita ser escuchada.

Me vi envuelto en estas cavilaciones no sólo por la influencia de los informativos. Es cierto que de vez en cuando nos llegan noticias preocupantes, como estos incendios que atacan directamente algunas de las regiones con más arbolado en nuestro país (sin la reserva vegetal del norte, la catástrofe está asegurada), pero ha sido la lectura reciente de algunos de esos libros sobre la naturaleza, que ya empiezan a triunfar en todas partes, lo que me ha llevado a considerar que hay un retorno poderoso de la conciencia ecológica. Por supuesto, la literatura tiene mucho que decir. El éxito de ‘Una temporada en Tinker Creek’ (Errata Naturae), ese gran libro de Dillard, que ya hemos mencionado en otras ocasiones, ha despertado aquella idea de comunión con el entorno natural que defendían los románticos como reflejo de la libertad individual, empezando por William Wordsworth. Esta idea puede estar superada, pero aún resulta placentero redescubrir la pasión por las cumbres de los Alpes en Wordsworth, o por la fauna y la flora de su región del Lake District. Emerson y Thoreau están irremisiblemente de moda, reeditados y celebrados otra vez. No creo que esta afluencia de libros que describen el entorno natural hasta en los más mínimos detalles, con más o menos espíritu crítico, según los casos, sea irrelevante ni casual. También somos lo que leemos, quizás mucho más que lo que comemos.

En la última semana la misma editorial que publica a Dillard en España, Errata Naturae, ha entregado a los lectores dos emblemáticas historias de eso que se ha dado en llamar ‘nature writing’, una etiqueta anglosajona (la mayoría de estas novelas, si es que son novelas, están escritas en inglés), y que podría traducirse como ‘novelas del entorno natural’. Una de ellas, ‘La montaña viva’, la novela más tardía de Nan Shepherd, ofrece una mirada deslumbrante sobre las montañas de Cairngorms, envueltas en el aire polar de Escocia. Shepherd ofrece un texto lleno de calma y de detalles, en el que lo que importa no es tanto la observación de las cumbres cuanto los recovecos de las rocas. Mente y montaña unidas en un libro imprescindible, influido por los gustos de Shepherd por las filosofías orientales.

La otra historia, ‘Un año en Sand County’, un clásico de Aldo Leopold, discurre mucho más por la concienciación ecologista (el autor fue mítico en su activismo), pero describe hermosamente los cuidados y las preocupaciones (también por los incendios) en áreas diversas, sobre todo en el entorno de su granja de Wisconsin. También entra en los detalles propios de la observación de aves y otros animales, la emoción del cambio de paisaje con el paso de las estaciones… La crítica al mundo artificial, al abuso de lo material y lo urbano, subyace en cada una de sus líneas. Estas dos maravillas nos colocan en la senda de una vuelta a la lucha por la naturaleza, algo que es tan universal como local. En la senda de lo que Leopold llama «la ética de la tierra». Estos libros nos hablan a todos. No deberían perdérselos.
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