Nadie cantó a Dios como este ateo de Turcia

El domingo falleció en Madrid, a los 74 años, este irrepetible personaje que fue saltando de los coros de Iglesia a los grupos cristianos antifranquistas, la militancia en el PCE y la bohemia verdadera de Malasaña y Madrid. Nadie hablará mal de él

Fulgencio Fernández
27/09/2017
 Actualizado a 19/09/2019
Ricardo Cantalapiedra en su etapa leonesa, ofreciendo un concierto en el Bierzo con su grupo.
Ricardo Cantalapiedra en su etapa leonesa, ofreciendo un concierto en el Bierzo con su grupo.
Leonés de Carrizo (¿o Turcia?) y de Madrid, cantautor de la parroquia y del PCE, compañero de Julio Iglesias y Marcelino Camacho, Cantalapiedra de los de León de toda la vida y bohemio en Malasaña, capaz de que le censuraran nueve canciones de un disco que publicaba un sello de la Conferencia Episcopal…inclasificable, con una biografía capaz de ser sospechoso para todos y, sin embargo, no hallarás a nadie que hable mal de él. Es uno de los pocos que  no tienen el privilegio de que en su muerte se hable muy bien de él, ése privilegio ya lo tuvo en vida, no se le conocen enemigos, lo mejor que se puede hacer es reproducir lo que de él se dijo en vida del cantautor leonés Ricardo Cantalapiedra.

Cantautor. Y periodista y noctámbulo y cantante de boleros o del himno del Getafe, eso sí, muchas veces disfrazado bajo las gafas de sol de Ricky Bolero, el sorprendente cantante que podías encontrar al micrófono de cualquier bar de Malasaña en una noche que le apetecía cantar.

No se ha ido en silencio cuando el domingo cerró los ojos bajo las gafas de sol, para que no se notara,  a los 74 años. Los clásicos dirían aquello de tras pelear contra una penosa enfermedad, que es como le llaman a un tumor. No se ha ido en silencio porque al leonés no le faltan amigos que quisieron recordar sus noches en Madrid, sus conversaciones ilustradas, sus columnas en prensa impagables, sus criticas sabias, sus discos para el recuerdo, sus conciertos.

Ricardo Cantalapiedra era capaz e de hacerlo todo normal. De pasar del Seminario a Filosofía, de cantar en los coros  de Iglesia —suya es la versión libre en castellano de Blowin’ in the Wind, titulada  Saber que vendrás que se cantó en todas las misas modernas—a los mítines del PCE e interpretar aquella historia de la clandestinidad que se llamaba En casa de la Maruja. Porque era normal. Creció en la parroquia, se integró en las Juventudes Cristianas Antifranquistas —de entonces es su famosa frase de «más que Dios, nos  unía estar hasta los cojones de Franco»— de ahí al PCE. De recorrer las parroquias haciendo dúos con gente como Julio Iglesias a conciertos cladestinos en los colegios mayores donde primer hablaba Marcelino Camacho.

Todo lo hacía normal, sin estridencias. Que en un concierto en Astorga la censura sólo le admitió una de las canciones presentadas pues cantó ésa canción durante una hora, unas vez tras otra, pues había sido contratado para una hora. Sólo a él le podía pasar que la Conferencia Episcopal le vaya a publicar un disco y se lo cargue la censura, como ya en 1977 la autoridad gubernativa le prohibiera un concierto en León.

Sólo a él le podía pasar, pues sólo él  era capaz de convertirlo en una anécdota para novelas como ‘El libro secreto de los camareros’ o en una canción que cantaría escondido bajo las gafas del gran Ricki Bolero, del gran Ricardo Cantalapiedra.
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