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Mutilar a Franco

09/11/2017
 Actualizado a 09/09/2019
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Un paseo por cualquiera de nuestras de ciudades es un viaje por los avatares de la Historia. Un bello eufemismo para denominar cómo los siglos han ido transformando las calles, las plazas y los monumentos.El tiempo avanza y casi siempre lo hizo de forma arrolladora, despreciando el pasado. El esfuerzo por embalsamar el patrimonio para intentar mantenerlo intacto es una preocupación reciente. Antes, imponer el relato cultural era el símbolo de la victoria sobre el diferente, la deshonra del hereje o el triunfo de una nueva concepción del mundo que debía aniquilar todo lo anterior.

El arte nos explica, cada obra dialoga con nosotros para mostrar a la mirada extemporánea la esencia de su época. Por eso, el patrimonio que logra trascender a su tiempo debe estar al margen deideologías y sensibilidades. Sin embargo, en esta nueva era del revisionismo constante y de las verdades a medias, la niebla de la ignorancia nos aboca a repetir el pasado que creíamos superado.

Esta semana una juez de Salamanca ha ordenado mutilar el mural histórico del Salón de Plenos de su Ayuntamiento. Fue pintado por Ramón Melero en 1962 y entre varios personajes históricos aparece el medallón del dictador Francisco Franco (aquel que fue retirado recientemente de la Plaza Mayor). Ordena «eliminar las imágenes o atributos franquistas, respetando el resto del lienzo» en cumplimiento de la Ley de la Memoria Histórica. Vamos, una ‘restauración a la carta’ quién sabe si al estilo del ‘Ecce Homo’ de Borja. La decisión judicial, que será recurrida por el Ayuntamiento de Salamanca, ha alarmado incluso a los demandantes que proponen el traslado del lienzo de indudable valor artístico a un museo. «Jamás hemos pedido su destrucción», se excusaba el abogado para no ser cómplice de la profanación artística.

La ley es como la sinceridad, aplicadas al peso son insoportables. La justicia te aplasta igual que la sinceridad te despelleja. Por eso los magistrados son los encargados de poner sensibilidad (o insensibilidad cultural) a los tomos y legajos. Decía Sócrates que el juez debe «escuchar cortésmente, responder sabiamente, ponderar prudentemente y decidir imparcialmente». A veces le pueden los prejuicios. El patrimonio que logra trascender queda mudo de consignas, pierde las banderas y abandona los bandos para ser solo (y casi nada) lección de su tiempo, soldado de la belleza y baúl de sentimientos. Nunca debería ser juzgado. Ese es el verdadero atentado histórico contra la memoria.
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