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Música en los huesos

02/10/2021
 Actualizado a 02/10/2021
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Hablábamos de la época del duro estalinismo. Mientras Eugenia, rusa ella, me lo contaba, pensaba que parecía una historia de espionaje, de esas en las que la KGB impregna un gélido toque de escena, tipo film de James Bond.

Fémures, costillas y falanges dando vueltas bajo la vigilancia atenta de una aguja sobre la camilla del tocadiscos mientras los ojos bailoteaban al compás de ese girar macabro.

Eran los años del frío y duro telón de acero soviético. Patrullas de militantes soviéticos, dedicados a perseguir cualquier brote de «contracultura occidental», se apostaban, vigilantes, en torno a los contenedores de los hospitales para evitar que los subversivos robaran las radiografías desechadas. Los insurrectos ladrones las querían para escuchar la música prohibida. Realizan sobre ellas las grabaciones. Para ello, lo que hacían eran fabricar discos –les llamaban discos costilla por las imágenes impresas en ellos– producidos con máquinas portátiles de grabación que permitían prensar una postal sonora con un mensaje o canción de moda. Obtenían los soportes cilíndricos recortando con cuchillas cada una de las piezas. Luego, artesanalmente, cigarrillo en mano, las quemaban para hacer un pequeño agujero justo en el centro, para poder insertar el disco.

Presentaban cierta falta de rigidez, y poca durabilidad, 5 o 6 puestas, de calidad decreciente, pero parece ser que las reflexiones políticas y antibelicistas del señor Bob Dylan o Neil Young, no se escuchaban del todo mal, aunque a partir de la segunda vez se tornaran un tanto irreconocibles, sobre todo porque a menudo se perdían los graves, y a algún espontáneo le daba por insertar pistas en las que se incluían mensajes y canciones en ruso. No obstante , por el módico precio de un rublo o rublo y medio los consumidores aguantaban estoicamente tal intromisión sonora.

Así se convirtieron en alivio espiritual y soporte gozoso hasta la invención del casete, de precio asequible y mayor sencillez para poder camuflarlo y transportarlo a espaldas de los censores celosos de salvaguardar la pureza comunal soviética. Debía resultar esclarecedor escuchar a Elvis desgranar su ‘suspicious minds’ mientras los ojos seguían vapuleo de una pelvis girando bajo la aguja del tocadisco.

En 1958, año en el que el rock and roll era ya un fenómeno global, las autoridades declararon formalmente su ilegalidad, lo cual no impidió que los discos hueso siguieran su curso sonoro.

Es difícil lograr acallar la melodía cuando el pueblo pide liberación. Demasiada uniformidad que acabó calando hasta los huesos, que se rebelaron bailando. ¿verdad Eugenia?
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