Museo del tiempo

Que el tiempo se expande y se contrae es algo que sentimos desde la infancia y vamos comprobando a medida que nos hacemos mayores

Bruno Marcos
23/04/2022
 Actualizado a 23/04/2022
Escaparate de la almoneda del Barrio Húmedo que lleva el antiguo chamarilero de la calle Cantareros. | BRUNO MARCOS
Escaparate de la almoneda del Barrio Húmedo que lleva el antiguo chamarilero de la calle Cantareros. | BRUNO MARCOS
Que el tiempo se expande y se contrae es algo que sentimos desde la infancia y vamos comprobando a medida que nos hacemos mayores. Si recorremos mucho espacio y nos pasan gran número de cosas, el tiempo se dilata para acoger lo que sucede pero a la vez se acorta, da de sí y pasa volando; si permanecemos en el mismo sitio aburridos, sin hacer nada, avanza despacio, se vuelve pesado, espeso, y se hace largo.

Sin embargo, en los últimos años hay otro caso que me inquieta más, el de que el tiempo se pare. Este invierno, el que fuera antes el chamarilero de la calle Cantareros se ha hecho cargo de un establecimiento de almoneda que hay en la parte vieja de la ciudad. En el local anterior, que estaba en el límite del Barrio Húmedo con el de Santa Ana, entre los bloques altos de los años setenta y las casas bajas como de pueblo, creó un espacio mágico de objetos viejos parados en el tiempo, repleto de pianos afónicos, lámparas ciegas, vajillas incompletas, muñecas ultrajadas, aves disecadas, radios mudas, relojes detenidos, samovares enfriados, soperas rayadas, bruñidos reclinatorios y bancos de iglesia, mesas cojas, esculturas pequeñas, lánguidas cariátides que sujetaban bombillas fundidas, souvenires que no se acordaban de qué viaje eran recuerdos, periódicos amarillos con toda su actualidad venida abajo, piezas de colección desperdigadas, rebaños de libros que parecía que les había dado un viento y que nunca quería venderte… cosas solitarias rescatadas.

Ahora, en la almoneda, hay más pinturas, surrealistas, abstractas, costumbristas, retratos primorosos de no se sabe quién pintados por virtuosos desconocidos… un montón de mapas escolares con las fronteras caducadas, una linterna mágica del año 31, una garrafa enorme, unos anteojos de ópera, broches y collares, bisuterías empolvadas, un cartel cinematográfico de la guerra de Troya junto a un fotograma de Bruce Lee, el karateka, una corneta larga puesta en pie en el suelo, teléfonos desmemoriados, frascos y frasquitos, cámaras fotográficas jubiladas de capturar instantes, juguetes de niños que desaparecieron en los cuerpos de los señores y señoras en los que se convirtieron y que serán ancianos o difuntos… y cómo no, el esqueleto, con la excusa de la lección de anatomía, como estaba la primera vez que fui al otro local, presidiendo, en este caso no tridimensional sino en una lámina.

Ya empiezan a multiplicarse las cosas otra vez, ahora en esta almoneda. Lo muy lleno llama a su ley del ‘horror vacui’, aunque todavía se puede estar de pie y dar algún paso. El despliegue se está produciendo, mucho más que una tienda de cacharros olvidados se está organizando aparentemente en el caos. Después de contraerse y estirarse, el tiempo se está parando en la almoneda de la cuesta que sube a don Gutierre, que más que almoneda va a ser un museo del tiempo.
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