11/05/2018
 Actualizado a 12/09/2019
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Hace varios años pisé por vez primera suelo neoyorkino. Mucho podría comentar, bueno, no tanto, hablemos con sinceridad, de este rincón del mundo al que ya me he referido en otros momentos, la ciudad más poblada de EEUU con sus amplias avenidas, aquella en la que más conversadores en español hallas en sus anchas, lujosas y largas avenidas debido a estar poblada por muchos sudamericanos y moverse una gran abundancia de turistas españoles que con alegría prueban sus lujosas, impresionantes limusinas en tanto disfrutan la alta historia de los rascacielos. Hasta me perdí durante una hora en la afrancesada isla de Ellis, debido a un malogrado intento fotográfico a última hora. Pero todo fue perder un barco y tomar el siguiente.

Lo que hasta hoy no he comentado es que en esta ciudad donde el metro y los buses circulan 24 horas diarias me llamó la atención un muchacho que por sus correas parecidas a bridas y firmes bozales paseaba la delicadeza de un labrador retriever. Sujeto también a la misma mano iba un dálmata (a la mente me viene con agrado la película ‘101 dálmatas: ¡más vivos que nunca!’) con sus manchas inconfundibles, tendente como todos los de su especie a la sordera y un beagle tricolor; la otra dirigía a un amigable husky siberiano con unos muy raros ojos blancos y el buen cazador de un labrador.

Hasta aquí nada parece novedoso. Sin embargo, en mi caso, sí lo era. Pues no estaba acostumbrada a ver tanto perro paseante amarrado con su canguro, amo o parecido. Entonces me percaté que estaba con gran probabilidad ante un oficio nuevo: cuidador de perros. Asimismo alguien a mi vera me lo comentó, obligándome a detenerme en la detallosa información aportada sobre el ya entonces avanzado mundo perruno en lo que a la ciudad se refiere: guarderías de día, alojamientos de confianza, peluquerías, alimentación embotada o de compra en tiendas especiales, psicólogos, adiestradores, juguetes, cementerios ex profeso, etc. Toda una serie de servicios parecidos cuando menos a la de los humanos, a veces, incluso superiores. Así a muchos no les faltan variados modelos vestimentales y un específico mobiliario, conforme podemos encontrar en la prensa actual o redes sociales sin que sigan sin aparecer, hoy por hoy, todavía, las esquelas, pero todo llegará, tiempo al tiempo.

No obstante, lejos de producirme alegría tan avanzado y exquisito mundo canino, creedme, me entristece mucho. Un mundo con tantos indigentes pensionistas o no con escasísimos recursos o ninguno, refugiados en campamentos miserables, incluso a la intemperie en su propio país, o bien en países ajenos donde son burlados o con indisimulado descaro no se les acepta, olvidando, tal ocurre con España, que no hace tanto nuestros antepasados con una maleta de cartón o madera emprendían el viaje a las Américas, luego vino la marcha a Europa y en la actualidad día a día podemos comprobar un éxodo de universitarios, en su mayoría, a Inglaterra, centro Europa, incluso Chile, Uruguay (una lástima que no pueda gobernar ya José Mújica, cuadragésimo presidente de su país, aunque por fortuna aún lo tenemos entre nosotros, dando ejemplo de vida), Australia, por ejemplo, por problemas laborales.

Nueva York, Nueva York del mundo perruno me has traído a la penosa realidad actual de aquellos españoles, pensionistas o no, que como decía Machado sueñan, caminan y pasan irreversiblemente al de la tristeza provocada por el ambicioso gobierno de Mariano Rajoy, quien tiene la desfachatez, el deshonor de ir a Argentina y elogiar la figura de los represaliados por aquella dictadura mientras olvida, ignora, desprecia a los miles y miles y miles y miles que aquí aún permanecen en las cunetas u otras fosas comunes.

Nueva York, Nueva York, una lástima que EEUU lo conduzca el malhechor, malvado, avaricioso Donald Trump.
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