08/08/2020
 Actualizado a 08/08/2020
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Igual que se aconseja que para conocer el universo conozcas primero tu pueblo, si pretendes entender un poco mejor a la humanidad puedes empezar por tu familia. Se dice: cada una es un mundo. Nada más difícil que conocer a tu propia familia y, por extensión, a uno mismo. Verla -verse- con comprensión, pero sin los trampantojos creados por la costumbre, las mentiras y el autoengaño.

Esta semana he leído ‘A corazón abierto’, el libro que Elvira Lindo le dedica a sus padres, Antonia y Manolo. Hay en él esa comprensión que también se llama amor -y humor- y a la vez un deseo de lucidez. Es éste el que lleva a rascar las ficciones con las que cada uno se construye a sí mismo. También hay una necesidad de claridad que permite ver a una mujer existiendo en el pequeño espacio que deja su marido, un espacio siempre doméstico e interior, mientras que los hijos son poco más que una extensión del padre, omnipotente y omnipresente, su «prole».

El retrato de la familia Lindo-Garrido, cuatro hijos, vida itinerante, es el del país que les tocó vivir. Uno en el que se construían pantanos destruyendo pueblos, en el que Madrid engordaba su periferia con chabolas que se levantaban por la noche, y en el que las chicas empezaban a dejar atrás la represión emocional y sexual que lastró a sus madres al mismo tiempo que el país empezaba una transición para acabar con el resto de represiones.

En estos tiempos de reyes a la fuga, paraísos fiscales y ambiciones rubias, no viene mal recordar esos años en los que todo estaba por crear en este país. Y no para que ese recuerdo suavice culpas, sino para todo lo contrario. El padre de Elvira Lindo, auditor de obras de Dragados por toda España, llegaba a acuerdos con los que habían metido mano en la caja y para él la vergüenza social era mucho peor que la cárcel. El padre-auditor solía decir: «¡Jamás me llevé ni un duro!». A lo que la hija contestaba que eso no tenía ningún mérito porque la gente, por regla general, no roba. Pero él «se desesperaba por demostrar que ser honesto era algo excepcional en un país podrido por la corrupción. Algo sabía».
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