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Mujeres con pasión (y hasta con revólver)

16/09/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Como la realidad contemporánea se mueve en bucle, y propende al aburrimiento y el hastío, uno intenta irse hacia otros momentos de la historia. Por ejemplo, viajando a la Europa de hace cien años, en medio de la enorme crueldad del siglo XX. Porque, efectivamente, nunca es cierto que cualquier tiempo pasado fue mejor, salvo alguna cosa, y el siglo XXI, a pesar de llevar dos décadas decepcionantes y muy preocupantes por muchas razones (y con pocos visos de mejorar), no es peor hasta el momento que el siglo XX, en el que tantas cosas terribles ocurrieron. Y, sin embargo, hay días en los que uno tiene muchas ganas de huir de la realidad, sobre todo de aquella que revela cómo estamos cayendo en las visiones simplistas y pueriles, cuando no absurdas o estúpidas, del mundo que nos rodea. Los síntomas son, ya digo, de hastío y aburrimiento, de ausencia de garra creadora, de castigo, incluso, a la imaginación y a la vena artística, de tal forma que todo se pone una y otra vez en cuestión, todo se pasa por mil filtros. Y eso en lugares que se consideran bien democráticos y enormemente amantes de la libertad.

De estas cosas hablé recientemente con la excelente escritora y traductora Monika Zgustova, de la que ya he escrito en otros lugares en otras ocasiones. Monika, de origen checo, es una mujer entusiasta, pero sobre todo es una conocedora excelente de varias lenguas, y también de varias culturas, algo que, en mi opinión, siempre es un gran bagaje para entender a los demás y para respetarlos, para comprender que la cultura es múltiple, para, en suma, percatarse que lo de uno (signifique eso lo que signifique) no es siempre lo mejor, ni tampoco es mejor un lugar sólo porque hayamos nacido en él, aunque, desde luego, se le pueda tener más cariño que a ningún otro.

Mi conversación con Zgustova, brillante articulista, como digo, y con una larga carrera como escritora y traductora a sus espaldas, discurrió por esos vericuetos de la libertad cercenada, o al menos controlada, que parece imponerse en tiempos de tanta corrección, de tal forma que el agobio y la incomodidad anulan los esfuerzos por encontrar la felicidad. Justo cuando creíamos que florecería el árbol de la libertad con más fuerza, especialmente en las democracias que afortunadamente nos contemplan, lo cierto es que cada vez se imponen más criterios que parecen de otra época, con esa pasión por lo coercitivo que brota tan a menudo, y con tan entusiastas defensores.

Monika Zgustova es cosmopolita y atenta a los asuntos modernos, una mujer de este tiempo que admira a muchas otras mujeres de otros tiempos, y no sin razón. Porque, en efecto, la labor de muchas mujeres ha sido tradicionalmente silenciada, o, en el mejor de los casos, ha sido tenida en cuenta en un segundo plano, a menudo con respecto a sus compañeros varones. No hay más que leer sus biografías, cuando las hay, o mirar las páginas de la historia. Así que últimamente Zgustova, que ha sido la traductora habitual de Bohumil Hrabal al castellano, pero no sólo, se ha preocupado por rescatar mujeres fascinantes de las que no se ha sabido lo suficiente, ni de su labor profesional ni de su vida privada, ni, mucho menos, de su personalidad, poco proclive a la aceptación de papeles secundarios y también reacia a encajar en modelos predeterminados o previsibles.

Lo que Zgustova reivindica, mediante esta recreación de las vidas de algunas mujeres a través de sus memorias y documentos, es, precisamente, su capacidad para romper moldes, para inventar, para sacudir un mundo que les decía cómo tenían que ser y cómo tenían que actuar. Esta misma semana ha salido de la imprenta su mirada sobre Véra Nabokov, por supuesto la mujer de afamado escritor ruso-americano, o como quiera calificarse, puesto en cuestión también en estos días por algunas de sus obras. ‘Un revólver para salir de noche’ es como se titula, un tanto provocadoramente, este reciente libro de Zgustova, publicado por Galaxia Gutenberg, pues parece que Véra nunca se olvidaba de llevar una Browning cargada en el bolso. Eso puede ser una anécdota, aunque bastante significativa. Lo importante, en realidad, fue su papel al lado de Nabokov, o incluso frente a él. Claro que hizo de secretaria y mecanógrafa (la historia está llena de mujeres que hicieron esos trabajos para sus maridos, cuando no escribieron algunas de sus obras directamente, como es bien sabido), pero lo más relevante de esta mujer fue eso que, en mi opinión, Zgustova busca en sus retratos literarios: la gran fuerza vital, el tesón y la furia, la capacidad de levantar pasiones (y también temores y odios envenenados), en suma, la energía que se deriva de mujeres que luchaban en el universo creativo, que contribuyeron a él, a veces de una manera vertiginosa y feroz. Y que al tiempo eran divertidas, ingeniosas, atrevidas, y muy diferentes.

Tendremos ocasión de hablar de Véra Nabokov (y de Nabokov mismo) en otros artículos. Pero en realidad mi larga conversación con Monika Zgustova tuvo lugar hace ya algunos meses, y el objeto principal fue Gala Dalí, sobre la que acababa de publicar un libro semejante al de Véra, también en Galaxia Gutenberg, titulado ‘La intrusa’. De nuevo una mujer fascinante, casi imprevisible, e imparable. Y, con evidente conexión con su nueva obra, pues Nabokov pertenecía al mismo universo creativo que Dalí. Zgustova cree que Gala Éluard Dalí hubiera sido hoy una mujer tan rompedora como lo fue en su tiempo, pero otra cosa es que la sociedad actual se lo hubiera permitido.

Conocedora del mundo moscovita, donde Gala se aficionó a la literatura con las lecturas de clásicos rusos, tan habituales en su casa, Zgustova describe con admiración su periplo europeo, su vida con Paul Éluard, al que conoce siendo tan joven, durante su estancia en un hospital de tuberculosos en Suiza. «Ella llevó a Éluard al arte, sus padres no querían…», me dice Zgustova. Y a través del libro se advierte ese espíritu libre, esa forma de volar a través de las vidas de los surrealistas, a los que no sólo inspiró, sino que orientó y modeló, desde Max Ernst a, por supuesto, Dalí. «Recuerdo su habitación en Púbol, su cama, que parecía la cama de una monja…», me dice Zgustova. Y luego, su valentía, a la hora de entrar en el mundo de Dalí, donde fue difícilmente aceptada (como había sucedido con Éluard), los viajes huyendo de la guerra o del dolor, como cuando se llevó a Dalí a París al estallar la Guerra Civil. «Fue una intrusa siempre… pero tan fuerte…, a pesar de su fragilidad y su mala salud. Fuerte como es tradición en la mujer rusa».
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