Imagen Juan María García Campal

Muertos, nuestros muertos

29/04/2020
 Actualizado a 29/04/2020
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Escuchadas ya las voces infantiles que por las calles cantan la vida y convocan a la esperanza, puedo escribir ya de lo que cada día más me atribula.

Antes les diré, prosaico como soy hasta en lo más poético, que, como apasionado amante de la vida hablo mucho con la muerte; que para amar con pasión la vida, creo no se debe temer ni aborrecer del último acto de la vida. Que obviamente soy reivindicador y defensor del personal derecho a una muerte digna; de la eutanasia para fijar el eufemismo.

Pero nada de lo previo obsta para que, ante los diarios informes sobre las evoluciones e involuciones de la pandemia del coronavirus que las fuentes oficiales dan, como de los que los medios de comunicación reproducen y acotan en referencia a sus diferentes ámbitos geográficos, vea con espanto cómo de todos los criterios puntuales utilizados ha desaparecido el término que más y mejor, sanos o contagiados, nos identifica: la palabra ‘persona(s)’. Y también ese espanto, acompañado de cierto desprecio hacia mí mismo, lo siento cuando, si descuidado no he seguido la información en directo y he de buscarla en la red y con anormal asunción la examino como quien contempla meros datos estadísticos: que si curados, que si contagiados, que si esos impersonales participios o adjetivos de muertos o fallecidos. ¿Qué ha sido de las exactas palabras como óbito o defunción que sí nombran la muerte de una(s) persona(s)? ¿Es relajación en el uso del lenguaje, es estrés profesional de unos y otros, es paternalista uso de la hipótesis de Sapir-Whorf que enseña la «relación entre el lenguaje que se utiliza y la forma en que se percibe la realidad»?

No son solo números, aun cuando su cuenta y resultado influya decisivamente en la toma de decisiones. Son personas, familiares, vecinos, conciudadanos, compatriotas, ¡semejantes!, con nombres y apellidos. Son el lacerante número de nuestros muertos, ¡de todos!

Y llego a otro insufrible, por obsceno, horror. ¿De dónde sacan esa despreciable superioridad moral los que se apropian de ellos, nuestros muertos, los de todos, y los utilizan como arrojadiza arma política y social –ser progresista va bastante más allá de la puntual opción partidista-? ¿En verdad se creen mejores, moralmente superiores? ¿Sabrán lo que es moral, ética, mínima vergüenza después de sus actos y silencios cómplices en la tragedia del Yak-42 y el trato dado a sus muertos, también nuestros, de todos; después de…? Asco me producen.

¡Salud!, y buena semana hagamos y tengamos. ¡Esto lo superaremos!
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