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Muerte en Zamora (y III)

11/08/2019
 Actualizado a 18/09/2019
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Amparo Barayón Miguel, la esposa del famoso periodista y novelista Ramón J. Sender, fue sacada de la prisión de Zamora el 11 de octubre de 1936 y fusilada en circunstancias y pormenores que ya hemos relatado en dos entregas precedentes. A mediados del 2004, con la puesta en marcha de la Ley de la Memoria Histórica, en una entrevista a Ana Isabel Almendral (profesora de filología de la Universidad de Castilla-La Mancha y nieta del médico de la prisión de Zamora en el año 1936 Pedro Almendral) declaró a un periodista de ‘La Opinión de Zamora’ que Amparo tenía sífilis cuando fue atendida por su abuelo. Así se vengaba de lo relatado 14 años antes por Ramón Sender Barayón, hijo del escritor y de Amparo, en ‘Muerte en Zamora’, libro de 1990 que constituye una larga indagación sobre la muerte de su madre.

Al crimen del 36 se unía ahora, casi setenta años después, la difamación, puesto que una compañera de celda de Amparo, Pilar Fidalgo Marasa, escribió ‘A Young Mother in Franco’s Prisons’ (United Editorial Londres, 1939), donde relata que ni Amparo ni su hija recién nacida recibieron atención médica alguna por parte de Pedro Almendral, quien, es más, se permitió decir que «para lo que le quedaba de vida mejor dejarla donde estaba». La nieta del médico decidió vengarse del testimonio de Pilar recogido en su libro por Ramón Sender Barayón, lanzando la calumnia de que Amparo padecía tal dolencia. Pero los dos niños de Amparo estaban sanos y su marido murió con más de ochenta años de pura vejez. La ignominia era, pues, de tal gravedad que la familia de Amparo intentó que la nieta del médico se desdijera, pero la requerida no ha movido la lengua. Cuesta trabajo entender tanta maldad por parte de la nieta del médico. Además del ansia de venganza ha debido influir el ambiente creado en pro de la memoria histórica surgido en 1995-1996, por mejor resaltar la impunidad del franquismo establecida mediante la Ley de (auto)amnistía de 1979. La derecha ha llevado y lleva muy mal que el pasado oculto salga a la luz, máxime cuando el terror solo vino de un lado, el de los golpistas, en una pequeña capital de provincia como Zamora, donde ningún derechista había sufrido daño alguno ante la sublevación militar. Son recuerdos que estorban, como si las víctimas fueran culpables de «perturbar la paz». Según el historiador franquista Ramón Salas Larrazábal, en su libro ‘Pérdidas de la guerra’, en la provincia de Zamora la represión izquierdista fue inexistente mientras que la otra causó 1.246 víctimas.

Pero el asunto no se detuvo aquí, sino que se ha desmedido polémicamente a raíz de la versión del cronista oficial zamorano Miguel Ángel Mateos, quien se ha manifestado sobre este asunto masticando a dos carrillos. El 17 de febrero del 2005 apareció un artículo suyo en ‘La Opnión de Zamora’ en el que aportaba pruebas documentales que confirmaban la falta de base en la calumniosa declaración de Ana Isabel Almendral sobre el estado de salud de Amparo, instándola sin éxito a que se retractase. Pero en la segunda parte del artículo desmiente a Ramón Sender Barayón, alegando que su libro es una historia-novela por basarse en información errática, imaginada y no contrastada, extraída únicamente de pobres y débiles fuentes orales, atribuyendo toda la culpa del asesinato de Amparo a un tal Martín Mariscal, sargento de milicias de Falange. Mejor, pues, desviar la atención hacia un sujeto que ir directamente a los verdaderos culpables de la gran matanza que tuvo lugar en Zamora en años de infamia.
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