Muere el último testigo del San Marcos del horror

Josep Sala falleció este lunes con 102 años. Era el último preso vivo de cuantos estuvieron en el campo de concentración de San Marcos, el mismo lugar donde recibió un homenaje hace cinco meses

Fulgencio Fernández
09/11/2021
 Actualizado a 09/11/2021
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«Os pido cordura y sensatez». Sus palabras, dos palabras, provocaron un respetuoso silencio y sonaron cargadas de razón y bondad. Venían de un hombre de 101 años que sabía muy bien lo que es pedir cordura y sensatez a los gobernantes, para añadir —dirigiéndose ya a todos y especialmente a los jóvenes— que se «salgan de las guerras, que no conducen a ninguna parte. Una guerra es funesta, una guerra civil  es tremenda, lo peor que le puede pasar a un país», dijo con voz muy tenue.

Se había hecho el silencio para escuchar a Josep Sala, en el hoy lujoso Hostal de San Marcos de León pero que el tranquilo centenario lo había conocido, sufrido más bien, cuando era uno de los más temibles campos de concentración de la dictadura franquista. Un lugar de horror del que Josep era el último testigo vivo. El historiador Carlos Hernández, autor del libro Los campos de concentración de Franco, recordó en el acto que «fue uno de los campos más letales y terribles, uno de los que más prisioneros reunió y donde mayor brutalidad se registró».

Por eso, cuando este lunes se apagó la larga vida de Josep Sala se murió también la memoria en primera persona de lo que había sido aquel lugar.

Era el 8 de junio de este mismo año. Josep Sala había acudido allí para recibir en su persona «el homenaje ‘de memoria’ a los más de 20.000 prisioneros que estuvieron encerrados en este edificio durante la Guerra Civil y la posterior dictadura franquista». Un homenaje que seguramente fue su última presencia pública y, a decir de su familia, un magnífico recuerdo para la recta final de su vida. «Esos reconocimientos le hicieron mucho bien. Recordaba con mucha alegría el homenaje que recibió hace cinco meses. Era un hombre de principios y de paz, con una gran humanidad», manifestaba su hija al dar la noticia de su fallecimiento.

El hostal de San Marcos aquel 8 de junio era un hervidero. Estaba allí el director de Paradores, con lo que supone; un ex presidente del Gobierno, el leonés Rodríguez Zapatero; periodistas e investigadores de la memoria histórica; el poeta Antonio Gamoneda, con quien Sala cruzaba miradas y palabras cómplices... en el fondo latía una polémica sobre la necedad de los responsables del ahora recinto hotelero de no reconocer, mostrar y explicar el pasado carcelario, de horror y dolor, de San Marcos. Se trataba de subsanarlo colocando una placa que lo recordara y el protagonista principal del acto era Josep Sala, el que hizo el silencio al llegar, al que miraban con ternura, el que no dijo ni una sola vez la palabra rencor, pese a reconocer que allí, en ese mismo lugar, «miles de presos, como yo, pasamos muchas calamidades, sufrió momentos tremendos de sangre, sudor y lágrimas». Con la legitimidad que le daba lo sufrido su discurso desembocó en lo que quería pedir: «Cordura y sensatez».

Con Josep Sala, bajo su mirada limpia y su pelo blanco, con sus palabras calmadas, viajaba una biografía escrita ‘en sangre y lágrimas’, recuerdos terribles, de los que, por cierto, tardó muchos años en hablar. Uno de sus recuerdos de San Marcos nos dan una idea de lo sufrido: «No se me ha borrado el olor a heces y la insalubridad de los campos de concentración».

Con 18 años —integrante de la llamada Quinta del biberón— ya se vio envuelto en la guerra, pudo morir pero cuando iba a ser fusilado un alférez franquista dijo que «hoy ya hubo bastantes muertos y solo me quitaron las botas y me dejaron unas alpargatas con las que pasé un duro invierno», pasó del campo de concentración de Zaragoza, después al de Santa Ana y finalmente a San Marcos. Una estancia que se puede resumir en unas frases suyas que nos dan una idea de lo sufrido: «La higiene era nula. El que se duchaba se arriesgaba a tener una pulmonía». «Solo había un agujero para respirar. Defecábamos en nuestras manos y tirábamos las heces por el agujero. El vagón olía a rayos»...

Su excelente memoria le permitió revivir muchos recuerdos de su paso por el campo de concentración leonés, lugar al que no había regresado este farmacéutico catalán. Al recorrer el hostal recordaba algunas de las estancias que habían sido, una de las que peor recuerdo tenía era una del claustro que Josep llamaba la ‘Carbonera’: «Era un cuartito cruel a más no poder; en el que habitual que cuatro individuos llevaran allí a un preso para darle leña. Tardabas mucho en recuperarte se te llamaban para ir hasta allí, las palizas eran terribles» pero, no era lo peor que les podía ocurrir pues, recordaba Sala en un reportaje en La Sexta: «El desprecio a la vida humana en San Marcos llegaba a tales extremos que llamaban a dos o tres por el nombre y los apellidos para que se presentaran en el altar mayor. Y ya no los veías más. Allí cada día había muchos muertos, los llevaban en mantas con los pies colgando. Daba una pena tremenda».

Y todo esto en el invierno de una ciudad que algunos definían como «la pequeña Siberia» por las bajas temperatura que se alcanzaban.

Al recorrer aquellos espacios celebraba Josep Sala que ya no se parecieran en nada a los que él recordaba, donde estaban hacinados. «Yo dormí muchos días en el altar mayor;y otras veces de pie, éramos tantos que no había sitio para acostarse».

Al salir de San Marcos , Sala estuvo destinado en una brigada de fortificación del ejército nacional en Marruecos. «El trato era inhumano. Trabajábamos a 53 grados, algunos desfallecían por culpa del calor».

Y ya en 1942  todo aquel horror se acabó y Josep Sala regresó a casa. «A mí me cuesta mucho llorar, pero cuando llegué a la estación de Francia, tras todo lo que había pasado, no lo pude evitar», recordaba. Ejerció su profesión de farmacéutico durante 40 años y ya centenario le llaman para volver a San Marcos de León, ahora convertido en un hotel de lujo.

Y todas las sensaciones encontradas que bullían en su cabeza parieron dos palabras: «Cordura y sensatez»
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