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Muere Dios cada día

29/11/2020
 Actualizado a 29/11/2020
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Dios ha muerto, afirmaba Nietzsche preguntándose a continuación si seríamos dignos de la grandeza de este hecho. Nunca sabremos si lo somos o no porque en realidad con los dioses se nos da mejor alumbrarlos y morirse se mueren ellos solos y con frecuencia lo hacen sin grandeza ninguna.

Lo que no sucumbe sin embargo es la religión. Las imágenes de la glorificación previa y post mortem de Maradona lo reafirman. Los antropólogos y curiosos en general interesados por el culto a los santos en la Edad Media pueden acudir a los reportajes de estos días, en ellos está todo: el origen humilde y la sencillez de trato, la eclosión doméstica, la propagación de su credo a los cuatro vientos, los acontecimientos míticos y milagrosos, la tentación y el pecado, la contrición y el perdón, los padecimientos y la muerte, la devoción extrema y el culto a las reliquias y los símbolos. Y mucho más. La vida de un santo se contempla acríticamente: nada importa su pasado errático, drogadicto, supuestamente maltratador, sus desvaríos políticos, su grotesco crepúsculo en banquillos y palcos... El fulgor de sus prodigios alcanzó a fieles y agnósticos, su sombra rechoncha cubrió toda falta. Lo dijo Guardiola: no importa qué hizo con su vida sino lo que hizo en las nuestras. La definición de la santidad.

Cierto que las expresiones de este culto imitan la iconografía cristiana, pero ¿qué hizo el cristianismo sino bautizar la pagana? Nuevos cultos emergen por todas partes. Superhéroes con perfiles portentosos y poderes revelados, famosos de diversa extracción y ejemplaridad y un etcétera de ídolos subliman el fenómeno fan para auparse al de las creencias y los mitos, sustituyendo en el ánimo popular a aquellas imágenes convertidas apenas en madera o escayola. Vuelve la religión, pero no la tradicional. No, en nuestro caso, la católica, esa antigualla. Es esta una religión gastada por su liturgia y vínculos con el poder, transmutada en institución, fondeada en sus alianzas políticas. La sociedad la ha dejado atrás como una especie de reservorio de opciones morales vetustas: machista en su jerarquía, antiabortista, homófoba, embarrada, al fin, en dialécticas partidistas a la mínima que se ponen en juego sus intereses económicos o el adoctrinamiento que ansía. Una religión fosilizada, inútil, en extinción. Las nuevas religiones no se molestan en aleccionar, componer diatribas o sermones, van directas a la pasión y al lado irracional del cerebro, donde enraízan el fervor auténtico y las creencias que, racionalizadas, se esfumarían. La nueva religión es politeísta y sacrifica dioses para celebrarlos, no teme matarlos porque cuenta con muchos. Uno cada día, uno cada afición, uno cada individuo. De momento la nueva religión no tiene sacerdotes ni escrituras, solo comentaristas y reportajes de televisión.
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