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Mucho te quiero culo...

27/05/2020
 Actualizado a 27/05/2020
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Hay quien tiene claro que el coronavirus ha llegado para ponernos la mascarilla pero también en nuestro sitio, algo de lo que yo no dudo si por sitio nos referimos a un bar. La pandemia ha puesto sobre la mesa tantos asuntos que, conociendo las mimbres, es bastante probable que en su mayoría pasen de largo. «Ahora mucho, mucho… pero después, veremos», me dice con cautela una paisana tras contarme que acaba de escuchar en la radio que hay mucha gente llamando a las inmobiliarias para hacerse con una casa en el pueblo. «¡Ay, bobina! Quieren venir a toda costa no vaya a ser que en octubre la cosa se vuelva a poner fea, ¿no sabes? Aquí de lo malo, malo, tenemos corral y no han de faltarnos unos huevicos o una mata a la que echar mano en la huerta. Porque la huerta ya te digo yo que no nos la trancan más, ¿eh? A buena parte van a dar, ¡de eso nada! Uy pues si no fuese porque sembramos cuatro cosas, a ver de dónde, con una paga que es una miseria… ¿No me entiendes?», me espeta parlanchina desde la puerta de su casa, sin mascarilla. «No te arrimes a mí que así excuso de poner esa gaita que me ahoga toda», me sugiere esta mujer de buenas hebras merecedora de una cartera ministerial. Ella, que sería millonaria si hubiera recogido fruto de tanta fatiga como ha pasado en la vida, sabe que los pueblos se han puesto en valor con la pandemia, que muchos aspiran a aumentar los metros cuadrados en los que ha transcurrido su vida en los últimos meses. Quizá puede ser verdad que el coronavirus tenga como efecto secundario vaciar los pisos de las ciudades para llenar las casas que hace décadas quedaron para el veraneo, quién sabe. Pero la experiencia de mi tertuliana sale al paso de mi amago de optimismo: «Eso ahora, luego cuando vean lo triste que se pone esto en septiembre que no hay ni con quien alternar… Aquí quedamos. Como lo del campo, que ahora los agricultores y los ganaderos también dicen que son muy buenos porque no dejaron de trabajar. ¡Ay…! ¿A cuántos viste tú ayudarlos cuando no han tenido más remedio que cerrar el portón de la cuadra porque ordeñaban miseria? ¿Sabes lo que te digo? Que mucho te quiero culo, pero no te puedo besar».
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