02/06/2019
 Actualizado a 15/09/2019
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La Guardia Civil cumple este año su 175 aniversario. Tengo un enorme respeto por esta institución, uno de los mejores cuerpos de seguridad pública del mundo. Los CSI y otras siglas que la televisión nos ha hecho familiares quedan muy bien en las series americanas, pero en criminalística, en la montaña, en la delincuencia informática, en la protección del medio ambiente y en la seguridad ciudadana en general, nuestra Guardia Civil no tiene nada que envidiarles.

Más allá del respeto, es imposible que no sintamos afecto por la Guardia Civil los que vivimos los años del plomo y les vimos servir a los españoles con el sacrificio no sólo de su propia vida, sino también de las de sus mujeres y sus hijos. Josu Ternera, que hizo asesinar a los niños de la casa cuartel de Zaragoza, podría dar muchos detalles al respecto.

Tres mil niños iguales que aquellos, de treinta y cuatro colegios leoneses, participaron el pasado martes en uno de los actos de celebración del aniversario, y presenciaron espectaculares demostraciones de en qué consiste el trabajo diario de la Guardia Civil.

Cuando al principio de la exhibición sonó el himno nacional, los niños, para asombro de sus profesores, se pusieron en pie, muchos de ellos con la mano en el corazón, al estilo americano. Hay algo atávico, natural e innato en eso de emocionarse al escuchar el himno nacional, algo que está muy por encima de las ideologías, y que evoca sentimientos de solidaridad, de afecto mutuo, de esfuerzo común. Se da en todos los rincones del mundo, lo vemos en los grandes acontecimientos deportivos, o cuando golpea el terrorismo o una catástrofe cualquiera, y es compartido por los rojos y los azules que conviven en cada país. En España el cáncer de la política ha querido que las cosas sean diferentes, que el himno nacional sea otro elemento de desunión, que no nos acerque, sino que nos enfrente. Pero los niños aún no saben de eso. Mis hijas me contaban en estos infernales meses de campaña cómo se producía el debate político infantil. Repitiendo o interpretando lo que cada uno escuchaba en su casa se metían con VOX, o con Pedro Sánchez, o con el PP, y explicaban con vehemencia quienes eran los buenos y los malos. Pero el martes, cuando sonó el himno nacional, sin que nadie se lo dijera, todos se pusieron en pie y compartieron un sentimiento que no iba contra nadie, que solamente les unía y les emocionaba. Tenemos mucho que aprender de ellos.
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