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Motores a garbanzo

18/03/2019
 Actualizado a 12/09/2019
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Hace tiempo, el 11 de julio de 2016, reproduje aquí las advertencias que nos llegaban a través de Facebook y que nos urgían a guardar sobeos, yugos y cornales porque con las vueltas que da la vida nunca se sabe si en dos días tendremos que volver a uncir los bueyes para sacar unas patatas, unas habas y cuatro cosinas más para pasar el año. A lo largo y ancho de esta columna —que tampoco es tanto— hay gateras para pasar de lo de antes a lo de ahora y, las menos veces, a lo que creo que vendrá.

Pero en las últimas semanas, viendo a los repartidores que andan a lo que da la bici con el cajón a la espalda, me da cosa mirar para adelante porque se ve un poco lo que hubo atrás. Y no es el apocalipsis según Mirantes. El investigador leonés del Csic Antonio Turiel los dejó claro en una conferencia en Sierra Pambley. Hay mucho interés y mentira en la gestión de los combustibles fósiles, pero lo que está claro es que se acaban. Por eso, viendo a las cajas amarillas esquivar furgonetas y saltarse semáforos, uno piensa si esos motores a garbanzos o hamburguesa que impulsan los ciclos, como los motores a alfalfa de los bueyes, no serán los que tengan que volver a mover un mundo con menos energía disponible para muchas cosas que ahora hasta ahora parecían hasta normales, como ir en el tractor a jugar la partida.

Y coincido con Turiel en que los robots todavía están muy lejos de suplir a los humanos, aunque sean clonados, como en la desconcertante película ‘Moon’. No hay máquina que pueda aprender y ejecutar tantas tareas como una persona con unas pocas calorías al día y los empresarios listos lo saben. Además, prácticamente se repara sola y no crean que no son programables, que lo son y mucho, aunque, por fortuna, algunas logran escapar a los logaritmos. Y por si fuera poco todo eso, las hay que cuando cierran la producción hasta entretienen más que ninguna otra máquina. Y dan calor.
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