Morir y nacer en la frontera salvaje

El viajero prosigue su periplo por el ‘Salvaje Oeste’ visitando los desiertos del sur de california acompañado por Washington Irving

Alfonso Fernández Manso (Texto y fotografía) / Óscar Fernández Manso (Cartografía)
16/07/2018
 Actualizado a 16/09/2019
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Después de la visita al Parque Nacional de 'Joshua Tree' el próximo destino del viajero será el Parque Nacional del Valle de la Muerte (Death Valley).El 'Valle de la Muerte' está conformado un territorio mayoritariamente desértico, realmente extremo tanto para la vida como para la muerte. El ‘Valle de la Muerte’ es el Parque Nacional más caliente y más seco de Estados Unidos. Y es que, además, ostenta el récord mundial a la temperatura más extrema del planeta. En él se ha registrado las temperaturas del aire (56.7 ºC) y del suelo (93.9 ºC) más altas de la Tierra. El aire limpio y seco y la escasa cubierta vegetal permiten que la luz del sol calcine durante el día esta superficie desértica. El “Valle de la Muerte” en verano es un lugar infernal, aunque hasta este infierno de calor tiene su encanto. Un encanto, como todos los que perseguimos en este viaje, salvaje. Por cierto, las noches tampoco proporcionan un poco de alivio, los mínimos nocturnos raramente bajan de los 28 a 37 ºC.

Los extremos térmicos del ‘Valle de la Muerte’ en parte se deben a que dentro de su territorio se encuentra el punto con la depresión altitudinal más acentuada de América del Norte. Algunas áreas del Parque están a casi cien metros por debajo del nivel del mar. Además, la forma de este espacio protegido es muy característica: una cuenca, larga y estrecha, amurallada por montañas altas y empinadas. Los contrastes geográficos del ‘Valle de la Muerte’ son todavía más marcados si tenemos en cuenta que las zonas por debajo del nivel del mar se encuentran a solo 136.2 km del grandioso Mount Whitney. La diferencia de altitud entre las zonas de depresión y las de montaña representa el mayor desnivel entre áreas contiguas de Estados Unidos, 4421 metros.
El extremo y complejo territorio se expresa también en sus paisajes bellos y coloridos. Estos extremos pueden pasar de los blancos picos cubiertos de nieve a las extensas y blancas salinas. Y es que cuando este territorio se desertificó, el agua se evaporó dejando abundantes sales evaporíticas como sales de sodio y bórax. Unas sales que han tenido un papel fundamental en la historia económica del ‘Valle de la Muerte’ ya que fueron explotadas en distintos periodos del siglo XIX y XX. Las montañas escabrosas y escasamente cubiertas de vegetación del ‘Valle de la Muerte’ están socavadas por numerosos y profundos cañones que terminan en enormes abanicos aluviales. Las elevaciones medias y bajas están dominadas por arbustos como el arbusto de creosota (Larrea divaricata), artemisa (Atriplex spp.), té mormón (Ephedra sp.) o cepillo negro (Coleogyne ramosissima). Entre la vegetación arbórea podemos destacar el enebro de Utah (Juniperus osteosperma) y un pino de aguja (Pinus monophylla). A pesar del morboso nombre que recibe el parque, una gran diversidad de vida sobrevive en él. Las raras tormentas, cuando aparecen, hacen renacer vastos y coloridos campos de flores silvestres.
Pero no fueron las extremas características ambientales las que bautizaron el Parque Nacional como el ‘Valle de la Muerte’. Este nombre lo recibió durante la fiebre del oro de California en el siglo XIX. En 1849 trece pioneros perecieron en una expedición en busca del preciado metal.Estas historias vinculadas a la fiebre el oro y la explotación de los minerales llevan al viajero a recordar las leyendas de frontera narradas por Washington Irving en su libro 'A tour on the Prairies' (traducido como ‘La frontera salvaje’ y editado por Errata Nature en 2017). Por cierto, Irving tuvo una relación muy especial con España, fue un gran hispanista. Recuerdo ahora su célebre libro ‘Cuentos de la Alhambra’. Fue precisamente al regreso de una de sus estancias diplomáticas en España en 1832 cuando escribió ‘La frontera salvaje’.

El viajero piensa que los trece pioneros cuya agónica muerte dio nombre al ‘Valle de la Muerte’ bien podían haber sido personajes de ‘La frontera salvaje’. Cada uno de estos difuntos exploradores habría escuchado la llamada irresistible de territorios inexplorados de Estados Unidos. Sus sueños hubieran sido los mismos que describe Irving en su libro: «El paisaje grandioso y las costumbres salvajes de las praderas se habían adueñado de su cabeza, y las historias que le contaba el pequeño Tonish sobre los bravos indios y las bellas indias, la caza de los bisontes y la captura de los caballos salvajes habían excitado hasta la desmesura sus ansias por meterse de lleno en la vida indómita».
Irving relata de forma ágil y vivaz las peripecias y riesgos de su aventura describiendo la belleza originaria y, en aquel momento todavía intacta, de los grandes paisajes norteamericanos. Paisajes tan extremos y maravillosos como los que el viajero está recorriendo estos días por el ‘Valle de la Muerte’. Muy pocos escritores habían descrito aquellas sublimes inmensidades salvajes, pobladas todavía por una mezcla de temible fauna salvaje, indios singulares y rústicos hombre de frontera. De toda esta diversidad de pobladores Irving pone su mirada en los nativos norteamericanos, los indios, sus verdaderos y genuinos pobladores, a los que el hombre blanco afrenta con su política de conquista. Irving, sin embargo, denuncia la actitud injusta, despótica y prepotente de los suyos, los recién llegados, y defiende el modelo de «vida salvaje» de los nativos, en perfecta armonía con una naturaleza igualmente indómita y en clara oposición al empuje imperialista que llegaba del gobierno.Washington Irving, hay que recordarlo ahora, fué unos de los padres de la literatura norteamericana. Por cierto, a este viajero le acompañan en su periplo por el “Salvaje Oeste” las obras de muchos de sus hijos, de sus herederos literarios. Su influencia fue esencial en la literatura de Herman Melville o Henry David Thoreau. Irving fue capaz de adelantarse a su tiempo sintiendo el espíritu de la frontera y su naturaleza sin un barniz utilitarista.El Parque Nacional del Valle de la Muerte es inmenso, el más grande fuera de Alaska, con más de un millón de hectáreas.En él este viajero ha podido experimentar esa naturaleza salvaje que tanto le impresionó a Washington Irving: caminó a lo largo de majestuosas dunas de arena, navegó por arrugados cañones, ascendió a rocosos picachos, paseó por deslumbrantes e inmaculadas salinas. Por cierto, la noche en el ‘Valle de la Muerte’ es sorprendente. En 2013,su cielo nocturno fue designado por la International Dark-Sky Association como el tercero y más grande espacio para ver el firmamento. Mientras el mundo moderno está perdiendo la oscuridad, el ‘Valle de la Muerte’ ofrece increíbles experiencias astronómicas. Si hay luna llena, no te pierdas las caminatas a la luz de la luna en Mesquite Sand Dunes con sus hermosas dunas de arena blanca modeladas por el viento o en Badwater Basin, la salina donde se encuentra en el lugar de menor elevación de Norteamérica. La aparente muerta noche está llena de vida.
Y es que la vida y la muerte aquí siempre han sido muy sugerentes. Fue en el ‘Valle de la Muerte’, en 1975, donde se escenificó uno de los acontecimientos más importante de la historia de la filosofía contemporánea.Michel Foucault, uno de los pensadores más influyentes del siglo XX y Simeon Wade, su principal discípulo en Norteamérica pasaron unos transcendentes días. Simeon Wade quería realizar un curioso experimento. Quería ver cómo la vida de una de las mentes más brillantes de la historia se vería afectada por una experiencia que nunca antes había tenido: ingerir una dosis adecuada de LSD en un magnánime entorno desértico. Foucault aceptó el reto. En el ‘Valle de la Muerte’ el filósofo vivió la experiencia más señalada de su vida, una experiencia que le permitió consumar algo a lo cual había apostado durante décadas de lúcidos cuestionamientos filosóficos: transgredir la identidad impuesta por la sociedad. Los trabajos posteriores a esta extrema vivencia conmocionaron a la intelectualidad francesa. Aquí murió Foucault y surgió un neo-Foucault mucho más salvaje. El ‘Salvaje Oeste’ es sin duda el mejor lugar para morir y renacer. La naturaleza indómita de sus territorios lo demuestra cada temporada.
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