marfte-redondo-2.jpg

Morir por cerrar los ojos

21/08/2021
 Actualizado a 21/08/2021
Guardar
España ahúma de luminosidad. Hay ansias de resurrección. De revancha contra ese innombrable confinador del que andamos hasta la coronilla y ante el que lo que nos pide el cuerpo es ponernos de espaldas y menearle el trasero del modo más impúdico posible.

Eso es al menos lo que hemos hecho los cientos de turistas que osamos acercarnos a la Costa da Morte gallega. Un lugar muy recomendable por su relación calidad precio. Los lugareños aseguran que empezó el auge cuando a la marea negra ocasionada por la tragedia del naufragio del Prestige el 13 de noviembre de 2002, le siguió la marea blanca de miles de voluntarios.

Se estima que rondaron en torno a unos 65.000 los que abnegadamente limpiaron playas y litorales. Los pueblos de Camariñas, Muxía, y otros muchos, nunca han podido olvidar a aquellas gentes de todo el mundo que acudieron a recoger chapapote y por eso, incluso organizaron una campaña para identificar a todas y cada una de ellas para agradecerles su solidaridad. Corrobora Raquel, una de las guías del faro Vilan, el primer faro electrificado de España, triste testigo de la tragedia, que efectivamente esta marea blanca propició que la gente le perdiera el miedo a la zona y que los turistas se animaran a acercarse a tan abruptos y hermosos parajes acantilados.

Por estas comarcas , de raigambre celta, existe una curiosa manera de mirar a la dama de la guadaña: de frente y con simpatía, no exenta de respeto.

Y es que Galicia, es tierra de reconciliación con los muertos. Tú puedes entrar en un bar y encontrarte las esquelas de los últimos finados extendidas a modos de Ecos de sociedad sobre la barra junto con la prensa local. Cuando uno podía hojear los periódicos con sosiego y sin mascarillas.

Es fácil imaginarse a la Santa Compaña en el cementerio de los ingleses, uno de los lugares más lúgubres y misteriosos de la Costa da Morte, donde reposan los restos de los marineros ahogados tras el naufragio del crucero Serpent, el 10 de noviembre de 1890, curiosamente también, como el del Prestige, en noviembre, mes de difuntos. Dicen que por una mala luminosidad del faro Vilan que precipitó al crucero contra la Punta do Boi. El comandante ordenó a la marinería trepar a los mástiles para salvar la vida. Pero ello no evitó el desastre.

Como el de esos afganos que treparon a las alas de un avión encontrando la muerte de la que huían.

La vicepresidenta Yolanda Díaz conminaba este jueves a la ciudadanía para la acogida a todos esos refugiados, náufragos que arribarán a nuestras tierras exhaustos, huyendo de un fanático final.

Toca ahumar recelos y desenterrar nuestra solidaridad.
Lo más leído