23/05/2022
 Actualizado a 23/05/2022
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En el último de Theodor Kallifatides: ‘Otra vida por vivir’ (un tratado acerca del exilio) hay una frase terrible: «Quizás sea honorable morir por tus principios, pero es menos honorable matar por ellos». Y son estas palabras las que hacen pensaral cronista que, hagan lo que hagan y digan lo que digan, los ucranianos resistentes a la invasión de Putin siempre estarán en el punto de mira de alguien, que no necesariamente tiene que ser un necio.

Sin embargo, la defensa, la autodefensa, es un derecho irrenunciable, ante una agresión definitiva. Y, aunque sea de una forma tan desproporcional como lo es un misil individual del tipo Javelin que el agredido dispara contra un tanque que es toda una fortaleza, bien justificado está, aunque no deja de ser una suerte de suicidio. Tal vez el protagonista es un hombre joven o tan solo un muchacho de pronto convertido en hombre, que ha visto a su familia desaparecer para ponerse a salvo, y a los edificios en los que habitada destruidos a sangre y fuego, y a su porvenir huyendo de estampida, cargando sobre sus hombros ese artefacto milagroso que le han enviado desde occidente, capaz de paralizar, en un instante, esa terrible fábrica destructora que se desplaza sobre cadenas chirriantes y es capaz de demoler media ciudad y salir huyendo.

No estará matando por sus principios, sino por su supervivencia, por su vida. Y eso no se puede hacer con la palabra solamente, pues como también escribe el citado griego en el mencionado texto. «Las palabras no son sino aire comprimido». Y así, podemos estar seguros de que si vemos en una película a una muchacha que, por defenderse,le clava a su agresor unas tijeras en los testículos (ver: ‘Un ladrón honesto’) inmediatamente nos pondremos de parte de la chica. ¿Entonces, por qué todavía algunos están tratando de justificar la agresión del psicópata ruso?

Misiles Javelin, insertos en una realidad inicua de crueldad extrema, y que, a veces, nos proporciona la razón y nos hace pensar y actuar de una forma que jamás hubiéramos albergado en nuestro sistema moral de tan profundas raíces cristianas con aquello de «poner la otra mejilla» y que perduran en las imágenes del Patriarca Ortodoxo, amigo de Putin, recargado de oropeles y dorados, bendiciendo a las familias cuyos jóvenes soldados aprietan los botones de las bombas de destrucción masiva y destruyen ciudades que les cuentan que fueron suyas, lo que les da derecho a devorar a todo bicho viviente que transite por sus calles, aterrado, desolado y hambriento, como buscando un horizonte para salir huyendo.

Misiles de odio. Humanos.
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