Miriam Alonso y la evasión

Por José Javier Carrasco

10/02/2021
 Actualizado a 10/02/2021
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El diccionario de María Moliner define la evasión como el acto de evadirse, semejante a un estado de ausencia de cuanto nos rodea. Hay una literatura especializada en provocar ese estado, en sumirnos en algo tan parecido a un sueño, que podríamos sentirnos tentados a llamar a los que la practican como mistificadores. Pero ese tipo de obras ha existido siempre y probablemente no desaparecerá nunca, obedece a la demanda de unos lectores determinados y no es mi cometido juzgarles. Además, de un modo u otro, desde ‘La Iliada’ pasando por ‘El Quijote’ o ‘La Montaña Mágica’, cualquier obra literaria contribuye a que el lector se evada de su realidad más inmediata y se traslade a un mundo que no es el suyo. Miriam Alonso, de madre portuguesa y padre originario de un pueblo berciano, La Ribera del Folgoso, nacida en Valencia, es una autora polifacética, de registros distintos, que escribe como una forma de respiración. Entre sus múltiples actividades, imparte talleres. De los ofrecidos en la Biblioteca Pública de León la conozco. Busqué alguno de sus libros y me decanté por el evocador título de ‘El duque de Kenturiche’. Novela gótica, ambientada en un futuro con gafas que permiten ver cuando no hay luz, vehículos deslizadores al modo de coches, percheros que nos recogen la ropa...  narra las aventuras de la protagonista, Cirene, en Cumbres Negras, un pueblo minero, donde debe trasladarse junto a su familia al entierro de una tía abuela, y donde se encuentra el castillo del duque de Kenturiche. Lo que parecía una visita de puro trámite, a pesar de las relaciones conflictivas que mantiene el padre de Cirene con su familia, desemboca en un aventura delirante en la que aparecen demonios, fantasmas y el propio duque de Kenturiche, con más de doscientos años, y donde el erotismo desempeña un importante papel. Cumbres Negras es un lugar anodino y remoto con unas casas de tejados negros, como los de pizarra de los pueblos mineros del Bierzo, resaltados  por la luz de la luna, al que se llega a través de un camino serpenteante entre acantilados de piedra; ese paisaje se ofrece a la vista de la protagonista como «... una estampa alarmante, peculiar, contradictoria: predominantes suelos verdes, pero no de un verde vivo y primaveral, sino del verde invierno, del verde que resiste los mantos gélidos, nacidos de un sueño intratable, como el cuento más gótico de un autor maldito». Esa referencia metaliteraria no es la única del libro. Uno de los apartados en que están divididos los diez capítulos de la obra, comienza con la cita del relato hiperbreve de Augusto Monterroso: «Y al despertar, el dinosaurio seguía allí», que se incorpora de forma natural en el texto de la trama como un juguete. Y así es como puede considerarse la novela de Miriam Alonso, el juguete perverso de alguien que sabe cómo trasmitir en sus clases el amor que siente por lo que hace.
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