09/09/2018
 Actualizado a 15/09/2019
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Hay quien se molesta por que se hable de la reanudación (los finos dicen ‘rentrée’) de la vida ordinaria en el ámbito escolar, político, judicial, laboral, pastoral… Lo siento, pero este hecho le da a uno pie (o tecla) para, como ciudadano y como creyente (sin separar las dos dimensiones), mirar por debajo de los signos de los tiempos y para pasar, enseguida, a extraer conclusiones, teóricas y prácticas.

En el mundo persisten la guerra, el hambre, el subdesarrollo, la injusticia, las tensiones políticas… Efectivamente. Pero uno se pregunta si todo este conjunto de vergüenzas no tendrán su raíz en una economía que mata, en una ‘mammonificación’ de la sociedad, en los afanes por lucrarse y poseer.

En Europa avanzan con sus tentáculos las plagas de la paganización, del materialismo, de la superficialidad de criterios, de la búsqueda del bienestar físico a cualquier precio... Así es. Pero uno se pregunta si todo esto no será fruto de una dictadura sutil de un materialismo que rebaja la identidad del ser humano y lo reduce a ser un eslabón más en la evolución cósmica.

En España, además, estamos atrapados por el tufo que se desprende de las corrupciones (que no son sólo las de algunos políticos), de la crispación ciudadana embridada por sonrisas y diálogos farisaicos y de postureo, de las desigualdades sociales, del desempleo, del ‘procés’ catalán… Exacto. Pero uno se pregunta si todo este escaparate de indignidades no tendrá su fuente en el culto que rendimos al ‘yo’ (en algún caso, al ‘nosotros’), con olvido de que también hay que pensar en los demás y hacer camino con ellos (y hasta para ellos).

En nuestro León, nos acechan los monstruos de la despoblación, del envejecimiento, de la huída de los jóvenes, de las indigencias y el cierre de sectores productivos y de empresas (calentito en estos meses días), de la falta de emprendimiento socio-económico… Ahí están. Y uno se pregunta si una parte de las causas no estará localizada en los pecados tan nuestros del cainismo, de la envidia, de la cerrazón en lo propio, de la penosa convicción de que el hombre es un lobo para el hombre.

Releo lo escrito y me sobresalto. Decididamente el reinicio no me ha sentado bien. Lo escrito será parte de la realidad. Pero no toda. Falta la cara amable de nuestra condición humana. Que la hay. Habrá que buscarla en próximas entregas. De momento, ahí queda el dato de que nuestras angustias y tristezas, miserias y pecados, tienen siempre un punto de convergencia, inicial y final: la idolatría de uno mismo.
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