marfte-redondo-2.jpg

Mirando a mamá

25/09/2021
 Actualizado a 25/09/2021
Guardar
Esta semana compartí una tarde de café con un trocito de paraíso. A mi lado, un delicioso bebé contemplaba a su madre extasiado, esgrimiendo esa media sonrisa de complicidad del que asiste a un ritual conocido de gestos acariciadores y muecas carantoñeras. «Estamos hablando», decía la madre.

El niño sonreía en su beatitud recreando sus pequeñas pupilas de neófito mundano, paladeando cada movimiento de esa mujer que era su cielo y horizonte. Afortunado niño que tiene quien le mime y acaricie, quien se desvele por él cada noche, quien le cante nanas o se conmueva ante sus dolores y penas.

Diferente al panorama de esos pobres desvalidos que han carecido del arrope materno de la palabra y la caricia. Los casos de niños a los que la psicología ha bautizado como ‘salvajes’, como Víctor Aveyrón, uno de los más conocidos. Este joven fue encontrado en 1800 en los bosques de Caune, en el Pirineo francés. Perdido, en un estado deplorable, lleno de cicatrices y de mordeduras de animales. Aparentemente inmune al calor y al frío, esquivo, y repleto de una fuerza que le impelía a destrozar la ropa que la gente intentaba ponerle. Se negaba a comer comida cocinada, consumiendo únicamente alimentos crudos.

Tras su captura, los doctores que lo examinaron pensaron que el muchacho sufría un retraso mental y pensaron en internarlo en el hospicio de Bicêtre, utilizado como orfanato, manicomio y prisión.

Pero un médico, el doctor Itard, no estaba de acuerdo, pues pensaba que no era posible determinar el grado de inteligencia de un chico que había vivido completamente separado de otras personas. Él, el jefe médico del Instituto Imperial de Sordomudos, decidió que el niño ingresara en el mismo por ser la única institución que en esa época se podía dedicar a la enseñanza del lenguaje en situaciones extraordinarias. Creía en la posibilidad de educar a Víctor, a pesar de tratarse, de un niño «que se balanceaba incesantemente como los animales del zoo».

El tratamiento mejoró su sociabilidad. Víctor no era sordo y logró un progreso notorio: aprendió los nombres de muchos objetos, pudo leer y escribir frases simples, expresar deseos y comprender órdenes. Pero Víctor nunca aprendió a hablar.

Según la neurolingüística, los seres humanos nacen con la capacidad para aprender un lenguaje que suelen usar con facilidad en torno a los cuatro años, pero necesitan aprenderlo de su familia y su entorno. Víctor, había crecido sin escuchar el lenguaje humano. Sin una mirada humana, sin caricias, sin el tacto aterciopelado y la mirada arrulladora de una madre. Hoy es el día europeo de las lenguas. Adrián, el pequeño bebé, pronto hablará la de su mamá.
Lo más leído